No sabía nada de Séraphine antes de ver esta película, prácticamente se muy poco de Séraphine de Senlis después del visionado de este filme.
Y esa es la gran lástima de este relato, la gran pena que se le puede achacar a todo el conjunto, no saber despertar en el espectador la emoción, el cariño y la ternura por este personaje, toda su belleza y encanto, no saber transmitir con pasión y devoción su fascinante peculiaridad, su amor por su arte, el interesante proceder y toque exclusivo de una pintora única y diferente que se queda en mera anécdota curiosa que contar y no en ese potente y atractivo marco que envuelve una vida asombrosa por su mezcla de clarividencia y realidad, hermosura y lástima.
Una maravillosa, excelente interpretación de Yolande Moreau como único impacto y reconocimiento válido pues el director Martin Provost no exhibe con sabiduría, elegancia ni seducción un personaje que se inspiraba en la naturaleza, que hablaba con los árboles, que poseía un interior fuerte y robusto pero una razón caótica e inestable, donde los espíritus y ángeles guiaban sus manos y manejaban sus dedos sin descanso ni permiso al compás de una bella y deliciosa música celestial que envolvía todo su ser y capturaba su tierna y humilde esencia.
Porque, prácticamente, eso es todo, no hay más, no se profundiza en la época ni en los estragos que la guerra causa en su vida, no se penetra con intensidad en su descubridor y mecenas, no se intensifica la exhibición de una vida que se movía entre la exigua limpieza de los cacharros de la cocina y la sabia elección de colores e invención de mezclas, entre fregar el suelo y pintar impresionantes lienzos, entre quitar las manchas de las sábanas e inspirar suspiros de cálida emoción y mirada exquisita por su impactante trabajo, entre la amargura de sobrevivir y la fascinación y alegría de tocar el cielo.
Paso relajada y cómoda, sin alteración ni subversión por un relato soso e inerte que excede en su apagada presentación y escaso recorrido, que languidece cuando debería deslumbrar, que adormece cuando debería despertar en el espectador anhelo de saber más, deseo de indagar, pasión por descubrir y conocer las inquietudes y tormentos de un personaje irrepetible y excepcional por sus penas y glorias, habilidades y debilidades, carencias y talento.
Toda la ilusión, esperanza y expectación que levantan el argumento, el tráiler y todos los premios recibidos -premio Cesar como la mejor película- traicionados por un resultado poco acorde a lo esperado, por la nunca hallada motivación incandescente, la nunca lograda sugestión sugerente y una triste pérdida de todos aquellos sutiles y elegantes sentimientos que me deberían permitir confirmar y admitir, sin duda alguna, que estoy ante una sublime y admirada obra de arte, sensacional y asombroso cuadro de recuerdo perdurable y sensación placentera.
No debería pasar indiferente, sin más, por el museo de la inspiración espontánea y la galería del extraño talento virginal.