A veces da un poco de pena que sea así, sobre todo cuando hemos disfrutado muchísimo de algo, pero la realidad es que un buen o mal final resulta clave en el resultado definitivo de una película. A lo largo de nuestras distintas experiencias con el cine, los espectadores hemos almacenado en nuestra memoria un sinfín de finales que nos han dejado huella por una u otra razón. Por su condición de inesperado, por volarnos la cabeza con 'plot twists' que en ocasiones incluso no llegamos a comprender del todo y, probablemente los más, por ser extremadamente desgarradores o tristes.
Los finales tristes a veces son especialmente difíciles de digerir pero la realidad es que pocas veces podemos decir que fueran innecesarios, por mucho que nos hayamos empeñado durante un cuarto de siglo en discutir si Jack cabía o no cabía en la tabla en Titanic.
Y aunque a menudo los finales más complicados de digerir ocurren en películas dirigidas a adultos -o como mínimo mayores de 13-, también encontramos algunos ejemplos en las cintas de Disney o Pixar que quizá pasan desapercibidos para los niños pero que nuestras mentes de adulto no procesan tan fácilmente. Como la muerte de Bing Bong en Del Revés o la primera parte de Up, que tiene la doble capacidad de emocionarte como ninguna otra pero también de amargarte el día.
Entre las películas de Pixar encontramos también uno de esos finales que te dejan con una sensación agridulce extrema que hasta te hace dudar de tus propios sentimientos. Se trata de la tercera película de Toy Story, Toy Story 3, estrenada más de 10 años después de la segunda película y que en 2010 nos brindó el mejor regreso posible de la que sin duda era una de las mejores sagas de la compañía de animación.
Toy Story 3 es tan maravillosa que ha llegado a ser considerada por muchos como la mejor de toda la saga, incluso por delante de la original. Y lo sea o no, puesto que la una no hubiese sido posible sin la otra, la realidad es que resultó ser una secuela por todo lo alto, superó expectativas y revitalizó la saga por completo.
En la tercera película de la saga protagonizada por Woody, Buzz Lightyear y compañía, Andy, como una gran parte de los adultos que habían disfrutado como niños de las anteriores, ya se había hecho mayor y había dejado de jugar con sus juguetes de toda la vida. Tras un malentendido que servía como catalizador de la acción, los juguetes terminaban en una escuela infantil en la que eran terriblemente maltratados y en la que un malvado oso rosa llamado Lotso gestionaba todo como si de un mafioso se tratase. Tras toda una aventura para conseguir escapar, los protagonistas no acababan de nuevo en manos de su mítico dueño, sino que Andy se los regalaba a Bonnie, su nueva dueña, junto a la que jugaba una última vez con ellos.
El desenlace de la película, que Andy se desprenda de sus juguetes para siempre y se produzca el cambio de dueño, era el mejor posible, pero la realidad es que muchos no estábamos del todo preparados a asumir que esa etapa debía quedar atrás. Así que aquellos inolvidables instantes fueron una ola de emociones: Sí, tenía todo el sentido del mundo que Andy siguiese adelante y nunca volviese a ver a sus queridos juguetes, pero el suceso seguía siendo triste y, de algún modo, rompía los recuerdos de la infancia de muchos.
Sin embargo, aún con lo triste, siempre diremos que sí a Toy Story 3. Es innegable que es mucho mejor que la segunda, revitalizó la mejor franquicia de Pixar y allanó el camino para una cuarta película que quizá no sea la mejor, pero que nos permitió seguir disfrutando de la mano de nuestros personajes Pixar favoritos.