Ayer a la salida del pase de prensa de Like Father, Like Son (Soshite Chichi ni Naru), de Hirokazu Kore-eda, había cierta división de opiniones entre los cronistas que sobreviven en Cannes: había quien decía que era ñoña e intrascendente mientras que otros (entre los que me cuento) defendían la sutileza y sencillez de una película que juega en un terreno muy delicado –el del melodrama con niños- y en el que es fácil dejarse llevar por los tópicos y el histrionismo. Ahora, si en algo coincidíamos era que a Steven Spielberg, presidente del jurado, le iba a encantar. Kore-eda propone, en la línea de sus mejores películas –Nadie sabe, Still walking- un cuento moral de compleja resolución: una familia descubre que su hijo de seis años no es en realidad suyo, puesto que hubo un error en el hospital al nacer en el niño y este fue intercambiado por el de otra pareja. Suena a dramón de sobremesa de domingo, lo reconozco, normal que en los primeros minutos de la cinta sintiera más aprensión y desgana que el lógico interés que despiertan el 99% de las proyecciones del Festival.
Sin embargo Kore-eda ya no sólo sale indemne del triple salto mortal melodrámatico que plantea –cuestión de elegancia y sutileza- sino que logra crear un discurso bien hermoso sobre lo que significa ser padre y el valor de la familia tanto como fuente de traumas como de ente estructurador de un futuro cercano (nada nuevo en su cine, eso es cierto). Con una puesta en escena simple pero funcional –no es el punto fuerte del director japonés-, el cineasta opta por resolver el crudo dilema que envuelve a las familias protagonistas sin el más mínimo asomo de histrionismo o concesión a la lágrima fácil (y, repito, era muy fácil caer en ello). A lo largo de sus dos horas de duración lo que el espectador experimenta es la conversión de un padre de familia que debe tirar por tierra sus rígidos preceptos morales (heredados de su padre: la sangre importa, se dice una y otra vez en la película) para así poder elegir la mejor opción posible en una encrucijada donde no hay ninguna opción positiva a elegir. Película plagada de buenos sentimientos, está claro que Like father, like son es un homenaje muy bello hacia la familia y al amor entre padres e hijos, demasiado buenrollismo para cierta crítica, el justo y necesario para que este cronista la aplauda sin miedo al apartheid crítico.
Arnaud Desplechin presentó en Sección Oficial su salto al cine norteamericano (de época) con Jimmy P. (Psychothérapie d'un Indien des Plaines), un tête à tête interpretativo entre Benicio del Toro y Mathieu Amalric, donde el primero da vida a un indio nativo con fuertes jaquecas y repetidos ataques de ansiedad, y el segundo a un médico experto en terapia freudiana que le ofrece tratamiento. Desplechin, que había tocado el cielo con sus dos películas anteriores: Reyes y reina y Cuento de Navidad, coautor del guión junto a Julie Peyr y el crítico cinematográfico Kent Jones, cambia de torna en lo que se entrevé como un ejercicio de estilo no muy alejado de lo cometido por David Cronenberg en Una terapia peligrosa o incluso en el The Master de Paul Thomas Anderson (películas muy superiores a Jimmy P.). Un esfuerzo notable por sentar la semántica de su cine a través de las palabras de sus actores, no de sus acciones, y por relajar su puesta en escena acercando su mirada hacia la “mirada invisible” que tanto defendía Howard Hawks. El toma y daca entre médico y paciente lanzado a modo de loop repetitivo va dando homogeneidad a una película excesivamente rígida y, en ocasiones, descafeinada. Al final siempre nos quedará el duelo interpretativo de dos actores superlativos, pero eso no me quita el sabor amargo que me deja una de las películas que más ganas tenía de ver este año en Cannes.
Cierro con Asghar Farhadi, ganador del Oso de Oro en 2011 con Nader y Simin, una separación, que ha presentado también a competición Le Passé un drama chillón en la línea de Mike Leigh con un llamativo trío protagonista: Bérenice Bejo (The Artist), Tahar Rahim (Un profeta) y el iraní Ali Mosaffa (con peluquín). Farhadi repite la misma fórmula que le hizo triunfar con su anterior película y plantea un drama tenso en el núcleo de una familia machacada por las separaciones, los hijos no deseados y un suicidio que los va ahogando hasta que sea la única razón de ser de la obra. Larga, verborreica e incontrolada, posee tantos buenos momentos –especialmente los ligados a la relación entre los padres y los hijos- como malos –el plano final busca desesperadamente redimir tanto sufrimiento-. Seguramente otro cine iraní es posible, pero no será este que trata de copiar el cine de qualité francés.
Una última línea amarga. Me entero al cierre de esta crónica que ha muerto el gran director ruso Aleksei Balabanov. Todo un especialista en la creación de obras mórbidas, perversas y ultraviolentas. Sus películas, entre el thriller psicológico y el noir descarnado, se cuentan por obras maestras (invisibles): Morphia, Cargo 200, Of Freeks and Men, Brother… Tenía sólo 54 años.
Música de fondo: Fats Waller
Alejandro G. Calvo
+ Todas las crónicas de Cannes 2013 by Alejandro G. Calvo
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Día 2: Las ladronas pijas de Sofia Coppola dan la nota en 'The Bling Ring'