Me duele el pie. Es lo primero que se me ocurre decir: me duele el pie, el derecho, concretamente. Lo que ya no tendría tan claro decir es si ese dolor es real, fruto de una inflamación muscular debido al resurgimiento de una vieja lesión en los ligamentos (y cartílagos) del tobillo –me los rompí hace casi veinte años y son el mejor sensor de cambio de tiempo existente en la Tierra-, o si es un dolor estrictamente psicosomático, fruto del estrés psíquico y el pavor atávico al que cada año me avoco al venir al Festival de Cannes. ¿Es para tanto? Sí y no. Sí, porque es un festival extremadamente exigente para los cronistas desplazados: muchas (muchísimas) películas, horarios desquiciantes, cines (aquí los llaman “palacios”) muy alejados los unos de los otros, ruedas de prensa que se solapan con proyecciones, entrevistas en la otra punta de la ciudad en junkets pantagruélicos que pueden superar las tres horas de espera (todo para tener una mesa redonda con otros diez periodistas, con toda seguridad, de tu propio país: así que el término exclusiva acaba resultando una patraña), una aglomeración de gente que hace parecer la Croisette el escenario de The Walking Dead donde los zombies visten smokings y vestidos de Prada (y por donde es casi imposible moverse sin verse arrollado por el gentío), restaurantes que multiplican por siete sus precios base condenando a los periodistas al infierno del durum, el sushi-take-away y el tristemente conocido como “cubo pasta” (otro día os hablo con más detalle de este laxante en tetra brik), unos controles de acceso a las salas que parecen gestionados por el Mossad, el condenado wi-fi gratuito de la ciudad que ¡nunca! funciona como debería… en fin, que esta es la trinchera donde se libra la batalla más importante de todos los festivales de cine europeos y, todo ello, para tratar de llevar la crónica más veraz (y rápida) posible al lector que esté interesado; o lo que es lo mismo, básicamente, se trata de ser los primeros en hablar de títulos, sobre el papel, altamente esperados por la cinefilia más combativa.
Este año, por ejemplo, se llevarían la palma: Mad Max: Fury Road (Miller), Del revés (Inside Out) (Docter), The Assassin (Hou), The Sea Of Trees (Van Sant), Carol (Haynes), Sicario (Villeneuve), Love (Noé), L’ombre des femmes (Garrel), As 1001 noites (Gomes) y Cemetery of Splendour (Weerasethakul). Aunque una vez chequeados los horarios (por séptima vez consecutiva) ya hemos llegado a la conclusión de que es imposible poder ver todas estas películas. La razón es sencilla: la sección oficial es la que marca la pauta de las crónicas y, este año, los programadores han decidido que lo más interesante del cine francés (Garrel, Desplechin, Bidegain) se haya visto apartado a la Quincena de Realizadores –donde también está el español Fernando León de Aranoa con Un día perfecto- situando en su escaparate principal (la oficial) a cineastas, sobre el papel, bastante más irregulares (o directamente temibles): Emmanuelle Bercot (ahora vamos con ella), Maïwenn, Stéphane Brizé y Guillaume Nicloux. A todo ello hay que sumarle que las seis horas de lo nuevo de Miguel Gomes (también en la Quincena) se proyectarán en tres sesiones no consecutivas, que en la sección de clásicos restaurados este año hay auténticos bombazos –Mizoguchi, Fukasaku, Welles, Oliveira- y que, más que probablemente, nos toque cubrir alguna fiesta a pie de playa, ¡cómo no me va a asustar que me duela el pie! ¡Voy a quedarme cojo a medio certamen! Ya sabía yo que no era buena idea coger un apartamento -20 metros cuadrados, cinco periodistas (todo hombres, más cerca de los 40 que de los 30)- en lo alto de una montaña y cuyo único acceso posible es una escalera del demonio de incontables escalones. En fin, que sea lo que Thierry Fremaux quiera.
Benoît Magimel, Catherine Deneuve, Rod Paradot, Emmanuelle Bercot, Sara Forestier ('La Téte Haute (La cabeza alta)')
Primera película: La Téte Haute (La cabeza alta) de Emmanuelle Bercot. Vendida a toda prisa por el festival como la primera realizadora que inaugura el certamen –dato que corrieron en corregir: hubo otra antes, la (también) francesa Diane Kurys que en 1987 presentó (la ya olvidada) Un hombre enamorado-, la película tenía toda la pinta de ser un parche de última hora, una solución drástica tras recibir la negativa de… ¿Mad Max: Fury Road? ¿Tomorrowland? ¿The Hateful Eight? ¿Los cuatro fantásticos? Está claro que nunca lo sabremos. A la postre ha sido la actriz y realizadora Emmanuelle Bercot la responsable del chupinazo de Cannes 2015 con un drama de superación personal que narra diez años de vida un chico tremendamente problemático (Rod Padarot), que vive sus días a medio camino entre juzgados, reformatorios y presidios. Una película con tendencia al estallido de violencia –ya sean gritos, peleas o trompos en coches robados- que humaniza los servicios sociales y trata de poner su foco en la extrema dureza con la que afrontan su vida los menores desprotegidos. Con una puesta en escena que pretende ser realista pero apostando por una historia con ciertos dejes maniqueos, la película funciona mejor en sus momentos más sensibles –la relación amorosa que vive el joven- que cuando se pone extremadamente agresiva. Extraña inauguración en todo caso, aunque infinitamente superior a lo vivido el año pasado con Grace de Mónaco. Eso sí dio miedo.
Una de estas películas ganará Cannes 2015