Había ganas, muchas ganas, de ver Mad Max: Fury Road. Ya fuera por la avalancha de críticas positivas que ha recibido de los medios norteamericanos –“Fury Road is a freaky, ballsy, phenomenal ride”, escribió Joe Neumaier en el New York Daily News-, porque tiene el mejor tráiler de los últimos años o porque los fans de la saga original estábamos deseando reencontrarnos con Max Rockatansky, en esta ocasión, con el rostro (y el físico) de Tom Hardy, en sustitución del icónico Mel Gibson. El año pasado se cumplieron 35 años del estreno de la primera Mad Max y, qué mejor forma de celebrarlo, que hacer una nueva película/reboot/secuela/lo-que-sea-tanto-da, recuperando en la dirección a George Miller (67 años) –cuyas tres últimas películas, ojo, fueron la secuela de Babe, el cerdito valiente y las dos entregas de Happy Feet- y dando rienda suelta a todo el imaginario hardcore-tunning-viking- corpsed-punk que ya dominó la segunda y la tercera entrega de la saga, y que aquí explota cual bomba de hidrógeno convirtiendo cada plano de la película en una nueva imagen icónica para la historia del cine fantástico.
Porque vaya fiesta es Mad Max: Fury Road. Una cascada de sangre, pinchos, arena y fuego que, básicamente, cuenta una huida sin fin a través del desierto de un grupo de esclavas sexuales que tratan de liberarse de su monstruoso amo (y dictador de la zona) con la ayuda de una guerrera manca, Imperator Furiosa (Charlize Theron), y el héroe (a la fuerza) de la cinta, Mad Max. Mitad versión trash de Los autos locos, mitad film de bucaneros piratas cabalgando bulldozers, camiones cisterna y carros de combate, buena parte del asombro que arroba al espectador proviene del estupor y deleite provocado ante el torrente de objetos imposibles mostrados en pantalla: algo que arranca como una armada de coches con tumores armamentísticos y acaba siendo una orgía de camiones con pinchos, motos con pértigas, un panel de altavoces con un guitar hero ciego y, en general, una fusión de metal, gasolina y pólvora donde cada vehículo es una feria de atracciones en sí mismo. Con todos estos juguetes, Miller (y su equipo artístico), cede al desenfreno y crea todo tipo de batallas en movimiento, tan destinadas a rizar el rizo del espectáculo de última generación como a extraer cierta comicidad en muchos de sus actos, por épicos que estos sean. Es cierto que la violencia, tremendamente extrema en las dos primeras entregas de la saga, aquí queda parcialmente –hay algún toque gore que ha arrancado el aplauso del respetable- soterrada bajo la cacharrería ornamental. Pero en general podríamos decir que el chute de diversión que es Mad Max: Fury Road es probable que no tenga rival en todo el 2015 (y eso que confío ciegamente en Abrams y su Star Wars).
Vamos con la competición oficial. Sobre el papel se podría decir que la carrera de Hirokazu Kore-eda ha ido, con el tiempo, despojándose de elementos accesorios para tratar de encontrar un modelo de historia donde el potencial dramático se halle diluido en la narración, más pendiente de dibujar personajes creíbles y sus interrelaciones, deslocalizando el centro argumental de la obra y, en definitiva, tratando de acercarse lo máximo posible al que el reconoce como su cineasta de referencia: el maestro Yasujiro Ozu. Otra cosa, claro, es que lo consiga. Siendo apreciable el intento del cineasta por tratar de estilizar su obra cinematográfica, eso no le evita el tener una serie de tics de lo más engorroso, como el uso desaforado de la música incidental, su conocida incapacidad a la hora de economizar metraje –ahí Still Walking sigue siendo su obra más lograda- o lo fácil que, en ocasiones, cae en las redes del melodrama más afectado.
En su nueva película, Our little sister, tres hermanas ya adultas deciden adoptar a una joven hermanastra, fruto de la infidelidad de su padre con una mujer, y que acabó por abandonar a su primera familia. Lo más interesante de la cinta pasa por la construcción de la relación de las relaciones familiares, ya no sólo entre las hermanas, sino con el resto de familiares, y que la acción se desarrolle, por lo general, mientras cocinan y comen; de hecho, que la cocina sea la manera que tiene Kore-eda de ayudarnos a conocer a sus personajes, es algo realmente hermoso. Quién sabe, si Kore-eda sigue depurando su estilo igual es capaz de darnos un futura gran película.
+ Todas las crónicas de Cannes por Alejandro G. Calvo