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    Cannes 2015: Día de comedias negras con Woody Allen (‘Irrational Man’) y Yorgos Lanthimos (‘The Lobster’)

    El director de ‘Canino’ da el salto internacional, de la mano de Colin Farrell y Rachel Weisz, en una terrorífica comedia abrasiva. Woody Allen, por su parte, da menos de lo mismo, repitiendo con Emma Stone y sumando al carro a Joaquin Phoenix.

    En The Lobster (sección oficial competitiva) el realizador griego Yorgos Lanthimos –a quién descubrió Cannes en 2009 con Canino-, fiel a sus microcosmos distópicos amorales, retrata un mundo donde la soltería es, básicamente, un crimen intolerable. La única solución para la gente sin pareja es ingresar durante 45 días en un hotel-centro de reeducación para viudos y divorciados, y allí tratar de encontrar a su pareja más o menos perfecta. En el caso de encontrarla: ya son aptos para reintegrarse en la sociedad –hasta les adjudican niños para así hacer digeribles las discusiones-; mientras que si no lo consiguen son transformados en animales, eso sí, el que cada uno quiera. Si esa es la extrema derecha ideológica del argumento, la extrema izquierda viene dada por un grupo de terroristas subversivos que condenan todo tipo de relación y viven aislados en sí mismos en los bosques, entregándose al hedonismo masturbatorio y a la mutilación empática entre seres humanos. Y eso es sólo el punto de partida.

    La búsqueda del horror y el humor es un mismo viaje para Lanthimos. The Lobster, siendo como es una metáfora tan inteligente como descarnada de la presión social que existe sobre la gente sin pareja (y los mecanismos de conquista romántica), funciona siempre que se ponen en escena las reglas abusivas que se ciernen sobre los protagonistas –genial ese Colin Farrell castrado anímicamente que emula en físico y torpeza al Ned Flanders de Los Simpson-: la erotización como desahogo de los parias, la oferta desesperada de cuerpos (y almas) tratando de evitar la transustanciación del hombre en bestia, la fuerza bruta por buscar empatía física con el otro… Todo ello puesto en escena con la habitual frialdad de su realizador, dejando que el acto intrínseco sea el que destaque mientras el encuadre se mantiene en plano fijo, y donde la comedia se ve salpicada de sangre (y otras brutalidades) sin necesidad de cambiar el punto de vista de la narración. Le pesa, por ello, a la obra las dos mitades diferenciadas en las que se divide: primero bajo la dictadura de la búsqueda de pareja, luego bajo la anarquía de la soledad autoimpuesta. Dando como pie que, a la postre, la búsqueda de la felicidad no sólo está llena de sufrimiento, sino que además es un objetivo claramente inalcanzable.

    Rachel Weisz, Colin Farrel ('The Lobster')

    Woody Allen regresa a Cannes –su cuarta visita en 7 años, las otras fueron: Vicky Cristina Barcelona, Encontrarás al hombre de tus sueños y Midnight in Paris-, fuera de concurso, con Irrational Man, donde repite con Emma Stone (una debilidad personal) y suma a su troupe personal a Joaquin Phoenix y Parker Posey. La película, mitad comedia romántica, mitad noir con crimen perfecto, parece una variante más de lo conseguido con películas mucho mejores, ya se llamen Delitos y faltas, Misterioso asesinato en Manhattan o Match Point. En este caso la película sigue los pasos de la relación amorosa entre un profesor de filosofía alcohólico y depresivo (Phoenix) y una joven estudiante (Stone) atraída por la fatalidad existencial de alguien, presuntamente, tan brillante, que acabarán estando relacionados con un crimen del que tampoco vamos a dar más detalles. Allen vuelve así sobre el complejo de culpa (o su inexistencia) del criminal –Dostoyevski, sigue siendo una referencia clara (aunque el director no pueda evitar poner en primer plano “Crimen y castigo” para hacerlo más evidente)- mezclado en lo que, pretende, ser una comedia romántica donde la joven trata de seducir una y otra vez al maduro profesor (en las antípodas de Maridos y mujeres). El problema, como viene siendo habitual en el cine de Allen de la última década, es que todo vaya acompañado por una narración torpe, con una constante doble voz en off que no deja de redundar en lo que piensan los personajes (aunque sea siempre lo mismo) y el abuso de un corte musical –un fraseo de piano en directo-, para que me entienda el lector, tan repetitivo como la canción que sonaba una y otra vez en Vicky Cristina Barcelona. Todo ello hará que la película se vea con cierta condescendencia, incluso con cariño, pero eso no querrá decir que estemos ante un gran Woody Allen.

    + Todas las crónicas de Cannes por Alejandro G. Calvo

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