Truman, la última película de Cesc Gay (Una pistola en cada mano, Krámpack) que compite en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, provoca en el espectador un efecto contradictorio. Una impresión de sentimientos encontrados. La cinta gira en torno a una de esas amistades insólitas que, por curiosidades del destino y a pesar del buen juicio, se perpetúa con el paso de los años. Amistad que por personalidades opuestas recuerda a la de De ratones y hombres de John Steinbeck entre George y Lennie o, por ejemplo, a la de Lymie y Spud en La hoja plegada de William Maxwell.
Julián (Ricardo Darín) es un actor argentino que vive en Madrid desde hace años. Prácticamente ha perdido las ganas de vivir y, tras luchar sin éxito contra un cáncer, se apresura en poner orden a su existencia y su conciencia en unos pocos días. Javier Cámara interpreta a Tomás, un matemático que trabaja en Canadá y que, por insistencia de su amigo, regresa a la capital para despedirse y recordar los viejos tiempos. El tercero en discordia, Truman, es el perro de Julián, una metáfora de la lealtad y de la devoción que ambos se profesan.
La comedia dramática, que recuerda tonalmente a Bon appétit de David Pinillos una vez extirpado el componente romántico, mantiene el equilibro como un competente funambulista entre la melancolía necesaria y la sensiblería legítima. La química entre -un acertado y convincente- Darín y Cámara es indudable y, disculpando la predictibilidad de la trama, es esta la que consolida y aporta autenticidad a situaciones de humor negro, pseudo-surrealistas -la del tanatorio- y hasta melodramáticas.
Gay impregna el filme con una acertada inocencia y voluntariamente, creemos, lo jalona con lacónicas referencias a temas tan actuales como la eutanasia, la infidelidad, el racismo o la homosexualidad. Sin embargo, el barcelonés inyecta en sus personajes un marcado carácter moralizante, injustificado, que, a medida que avanza la película, se acentúa o se desvanece siempre que el guion lo requiere. Pero como en Una pistola en cada mano, el conjunto triunfa sobre el vicio y logra que el público mire maravillado a la pantalla del mismo modo que Truman observa a su amo: de un modo inofensivo, limpio y puro, y en ocasiones hasta con un suspiro y alguna que otra lágrima en los ojos.
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