Hubo una época en que el cine llenaba nuestras vidas: enriqueciéndolas, librándolas de la banalidad, haciéndolas menos estúpidamente literales. Eso ya pasó, quizá hace mucho más tiempo del que pensamos, y el testigo lo recogieron las series, cuyo mandato fue más estricto y ambicioso. Lo dice Pacôme Thiellement en un libro reciente, Tres ensayos sobre Twin Peaks (Alpha Decay), que seguramente es lo mejor que se ha escrito sobre el tema (y sobre David Lynch, de paso) en los últimos años: las series no solo han servido para llenar el tiempo que dura cada episodio, sino también el que transcurre entre ellos, dedicado a comentar el anterior, a la espera del siguiente o a pensar en qué otra vamos a elegir cuando termine.
Las series han sido un instrumento perfecto para el control social, para la domesticación de la ficción y del lenguaje, incluso para la marginación de un determinado “cine de autor”, desde el momento en que, precisamente, se han jactado de ser ficciones sin autor
No en vano el primer episodio de The Wire se emitió poco después del 11-M, que a su vez significó el inicio de una nueva era del control y la vigilancia. El terrorismo indiscriminado se erigió en la nueva ficción por entregas (y también sin autor) y, ahora que pierde impacto y eficacia, aparece otro tipo de terror, el de la pandemia global, que hubiera hecho las delicias de Michel Foucault. Sin embargo, tampoco hay que echarle la culpa de todo, o solo en parte. Si los cines españoles terminan este segundo trimestre del año con pérdidas significativas no será la primera vez. Cada año, por estas fechas, la cartelera se convierte en un erial. Cada año, por estas fechas, un misterioso virus que aún tiene menos explicación que el Covid-19 infecta simbólicamente a miles de espectadores que prefieren confinarse en casa antes que someterse al visionado de películas rutinarias y aburridas por un precio desmesurado y en condiciones más que precarias.
Pues una cosa es la crisis del coronavirus y otra la crisis cultural endémica de este país. Y quizá que estén coincidiendo ahora mismo no sea casualidad. Quizá que hayan cerrado los cines por emergencia sanitaria es la metáfora perfecta de que, en el fondo, por estas fechas, ya están siempre simbólicamente cerrados: una cartelera infame es también una forma de control social y cultural.