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    MS1: Máxima seguridad
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    MS1: Máxima seguridad

    Chulería americana de importación

    por Mario Santiago

    Además de Sylvester Stallone, diría que hay otro "cineasta" anclado en los cada vez más añorados años ochenta. Su nombre es Luc Besson —el director de 'El profesional (Léon)' y 'El quinto elemento'— y con su productora EuropaCorp está decidido a revivir desde Europa la edad dorada de los tipos duros "made in" América: mercenarios de la acción más machista y expeditiva. 'MS1: Máxima seguridad' es el último episodio de dicha operación, la continuación de un proyecto que tiene como joyas de la corona títulos como 'Transporter' o 'Venganza' —y como puntos más bajos películas como ‘Desde París con amor' o ‘Colombiana'—. La idea es bien sencilla y consiste en pasar por una lupa de aumento los códigos del cine de acción norteamericano: artillería pesada a discreción, personajes de cartón-piedra, una narrativa de videojuego y músculo, mucho músculo.

    En 'MS1: Máxima seguridad', dirigida por los irlandeses James Mather y Stephen St. Legar, la novedad es el escenario de la acción: una prisión de alta seguridad situada en una nave espacial, un amasijo de detritus humano puesto en órbita. Un escenario que da pie a una trama que hará levantar una ceja a los fanáticos de la ciencia-ficción de culto: la película no puede ocultar sus lazos con '1997: Rescate en Nueva York'. De hecho, parece que las películas sobre prisiones galácticas están abocadas a la relectura de "clásicos": 'Atmósfera cero', el mítico western espacial que protagonizó Sean Connery en 1981, era un remake de ‘Solo ante el peligro'. En ‘MS1...', la persona a la que hay que rescatar de manos enemigas no es el Presidente de los Estados Unidos, sino su hija, a la que da vida Maggie Grace, una "chica Besson" desde que hizo sus pinitos en 'Venganza'.

    Y claro, para salvar a la chica se recluta al tipo más duro de la galaxia, un perdonavidas capaz de hacer justicia a la memoria del Snake Plissken (Kurt Russell) de '1997: Rescate en Nueva York'. La dura misión recae sobre los hombros del calavérico y siempre eficiente Guy Pierce, que sale airoso de la empresa. Su Snow, el gallito más vacilón del corral, tiene presencia y desparpajo, y exuda testosterona a raudales. Ante la pregunta de si estaba dispuesto a rescatar al Presidente americano, Snake Plissken (Russell) susurraba una de las líneas de diálogo más míticas del cine de los ochenta: "¿Presidente de qué?". Ante una solicitud similar, Snow (Pierce) no se queda corto: "Antes me castraría con un par de rocas". Esa es la actitud habitual del bocazas Snow, un tipo capaz de salir ileso de las más descerebradas escenas de acción: fantasmadas que no tienen nada que envidiar a las hiperbólicas acrobacias del Bond al que diera vida Pierce Brosnan.

    A la postre, estamos ante un digno sucedáneo del cine de mega-acción americano, realizado con producción europea y protagonizado por un australiano (nacido en Inglaterra) que se hace pasar por un antihéroe yanqui. El resultado se ajusta a los objetivos: los directores y guionistas miran de lejos al noble modelo de cine acción que John Carpenter llevó a altas cotas de virtuosismo —también juguetean con la claustrofobia metálica de la saga de 'Alien'—; sin embargo, son conscientes de que su talento narrativo y formal no les permite ir más allá de referentes innobles como 'La roca'. Llama la atención, por ejemplo, el poco partido narrativo que se saca a los dilemas éticos y morales derivados del estado vegetativo en el que se "conserva" a los prisioneros de la MS1; un tema que exploraba con brillantez la magnífica 'Minority Report'. En todo caso, Mather y St. Legar asumen su cometido con humildad, ciñéndose al digno cometido de entretener sin ofender.

    A favor: El carisma de Guy Pearce.

    En contra: En sus méritos (el entretenimiento sin más) están sus límites.

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