Este intento de veracidad y sensatez ni es próspero, ni dichoso, ni supera la infinitud de una estimable fantasía.
Es como ver a Kent ligando con la Nancy -cortejando, ¡por favor!, que hay que ser finos-, en la corte de un baile fastuoso pero inapetente por presuntuoso, exagerado y poco convincente en su seducción pues su explotación es tan cursi que pierde todo posible contento que urga asomar su nacimiento.
Si el relato previo de dibujos, que no viene a petición, ya sobra, no digamos la esperada narración posterior del cuento donde Keneth Branagh, en un intento de maestra coherencia -que podía haberse ahorrado-, en una autenticidad que asesina la magia, en una originalidad vacua, se retrotrae a la infancia feliz de, por entonces, Ella, para detallar exiguamente, con todo el infructuoso regodeo, todo el proceso, paso a paso a cual más estéril, por el cual la bella y amada hija se convierte en Cenicienta, la sirvienta; opta por un camino lento, pausado y concienzudo para conocer mejor a los personajes, hacerlos más accesibles y cercanos, sensibles y humanos con tan poca gracia, encanto y ensoñación que, ¡más vale que le hubiera dado cuerda y hubiera cogido el metro! pues el interminable viaje agota, empalaga y fastidia, carente de emoción ni entusiasma, ni apasiona, ni encandila, ni deja recuerdo que no sea añoranza distante por versiones más apetecibles que este soporífero discurrir sin bienestar para el sentimiento, ni condimento para el espíritu, ni energía para el corazón, ni imaginación con la que poder figurar e idealizar.
Cate Blanchett ya puede presumir de ser la última actriz en incorporarse al gremio de brujas malvadas -la lista ya empieza a ser larga-, con un trabajo excelente que cae en saco roto, con tan poco provecho y beneficio que todo su esfuerzo se ve perdido por una joven que no fascina, un príncipe que no enamora, una carroza que brilla para nada, un palacio que cuenta con excesivas escaleras, diálogos sin seducción ni afecto y, en general, un reino que ni siendo generosa ni teniendo valor, aprueba.
"Dije que tendría valor pero ya no creo en nada", yo tampoco ya que, todo tiene un límite y la paciencia los minutos contados cuando entras con la ilusión e inocencia de una niña y sale con el aburrimiento y cansancio de un adulto, ni para ir en familia/ni en pareja/ni con niños/ni sin ellos, el susodicho director irlandés ha tenido el maravilloso don de realizar la adaptación más desganada, desilusionada e infértil, hasta el momento, de tan bella fábula -Disney estará contenta aunque, a mí, todavía me dura la pataleta por tan ruinosa velada-, toda una habilidad que contrasta enormemente con sus increíbles trabajos anterior -en un tiempo lejano, ya por casi todos olvidados pero, excelente para los que conserven su memoria- donde revivir la esencia de su enamorado Shakespeare; aquí sólo da muestras de meticulosa pesadez, relajamiento indeseado, pasividad eterna y un alargar por alargar lo que podía haberse resuelto, en un plis plas, con la varita mágica de un hada madrina que, no sólo debía transformar la calabaza, los lagartos y el cisne sino la impericia del encargado de tan pobre proyecto que no luce ni deslumbra -aparte del magnífico color del vestido- por muchos focos extra que se añadan pues carece de glamour, carisma y emblema, y la cosa se pone peor si tu mente rebusca, como socorro de velada tan agotadora, hermanas mayores más hermosas, alentadores y dignas y, ¡me vale cualquiera!, ¡imagina el desespero!
"Se generosa, ten valor", querida, no se si podré ser tan amable y bondadosa de concederte tan altivo, costoso e inmerecido deseo pues, visto lo visto, ni soy tan generosa ni tengo tanto valor y, lo siento, pero no perdono tan incompetente, neutro y apático resultado.
Soñar..., imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que sólo existe en la mente pero que, pese a ello, se persigue o anhela.
¡Déjanos soñar e imaginar, anhelar e inventar y no vuelvas la fantasía veraz y realista que fastidias todo su atractivo, valor y hechizo!
Buscaba embrujo/halle nulidad, acudí con esperanza/salí devastada, deseaba dulce canto de pájaros que permitiera volar a mi alma/tuve que conformarme con complacer a una vista -los oídos, extenuados de palabras remilgadas, ni caso- cuya deliciosa fotografía y colorido vestuario tampoco compensa el robo imperdonable de un hermoso cuento infantil vuelto pesadilla de ornamentación de oro pero contenido de paja.