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    Thor: El mundo oscuro
    Críticas
    3,5
    Buena
    Thor: El mundo oscuro

    Loki, los tres mosqueteros asgardianos y el martillo colgado en el perchero

    por Alejandro G.Calvo

    Marvel Productions sigue en racha, lo que significa dos cosas rápidas: que quién esté disfrutando de las películas protagonizadas por Capitán América, Iron Man y compañía, tiene ahora una nueva ocasión para rebozarse en la lúdica fiesta que resulta Thor: El mundo oscuro; y, por otro lado, que quién no sea capaz de digerir sin tomar toneladas de antiácido las películas basadas en los cómics de la Casa de las Ideas, tampoco encontrará en estas nuevas aventuras del Dios del Trueno una razón poderosa como para subirse al carro del cine mainstream más divertido que nos llega desde Hollywood. La suerte, o esa al menos es mi percepción, es que Marvel ha encontrado una fórmula oficiosa de encadenar películas cuyos mínimos cualitativos están salvaguardados. Un espectáculo, vibrante y oficioso, que se acerca al modelo de producción de películas en la edad dorada de Hollywood –cuando las compañías trabajaban con equipos propios en cada una de las disciplinas artísticas que envuelven el proceso creativo a la hora de realizar un film-, donde el borrado estilístico del director va supeditado hacia una eficiente y lustrosa marca-blanca donde los que realmente acaban configurando cuál será la imagen final que acabará proyectada en la gran pantalla en formato 3D-HD son una serie de ejecutivos, consultores, escritores, maestros de los FX, bulldozers del marketing contemporáneo y supervisores generales que no andan muy distanciados de los comités creativos que deciden qué líneas deben seguirse tanto en la producción de series para televisión (ficción y animación) como en la propia realización de los cómics de la casa que, semanalmente, llenan las estanterías de las tiendas especializadas de todo el mundo (si alguien tiene curiosidad al respecto, recomendaría tres colecciones que lo están partiendo actualmente: el Thor de Jason Aaron, el Capitán América de Rick Remender y el Ojo de Halcón de Matt Fraction).

    Dicho giro en contra de la política de los autores –pienso en el Thor de Kenneth Branagh o en el Capitán América: El primer vengador de Joe Johnston- lejos de mellar los resultados artísticos de las obras, parecen despojarlos de todo aquello que no sirva para vehicular la acción de la forma más enérgica y divertida posible. Para ello, en el caso que nos ocupa (aunque ya pasó algo mimético en el Iron Man 3 de Shane Black), Marvel ha cedido la batuta de Thor: El mundo oscuro a un hombre de oficio, Alan Taylor, un artesano de la televisión cuya firma encontramos tras los créditos de series tan categóricas como Juego de Tronos, Mad Men o Los Soprano. Un hombre de equipo, en definitiva, al que se le ha dado un juguete multimillonario que debía transformar en un divertimento para todos los públicos sin renunciar al sello de qualité que, a día de hoy, otorga Marvel. Ya se sabe: la construcción de la épica superheroica mediante lustrosas escenas de acción, referencias continuas hacia otras películas/personajes y un buen puñado de chistes de altura (por algo los firmantes del libreto son los mismos chiflados que pergeñaron Dolor y dinero).

    El riesgo de todo lo explicado aquí arriba es claro: que la asepsia espectacular, la estética de la explosión y el “macguffin” argumental acaben por entregar una película desprovista de personalidad (léase estilo, si se prefiere). Algo que Thor: El mundo oscuro sortea con habilidad gracias a un guión acelerado, que arranca con una batalla pretérita, se desarrolla a través de otro combate-invasión y acaba, al igual que pasaba en Los Vengadores de Joss Whedon, en una épica lucha donde todos los mundos marvelitas están a punto de criar malvas sino fuera por el buen uso que hace Thor de su sagrado mjölnir. Aunque el gran acierto de la cinta, y eso sí es una feliz sorpresa, surge de su reconversión en una inesperada buddy movie, donde Thor debe rivalizar en ingenio (algo imposible) con su hermanastro Loki, al fin y al cabo, ya no es sólo que el príncipe desterrado asgardiano tenga las mejores líneas de diálogo, sino que el personaje –en una línea dramática que recuerda, dato freak, a la evolución de Vegeta en la mítica serie animada Bola de dragón- gana enteros gracias a su esquizoide comportamiento bipolar, convirtiéndole en un elemento imprevisible, cruelmente juguetón y, a la postre, en un inusitado héroe de acción capaz de disparar el peso dramático de la obra. Vamos, que Loki es la bomba. Si a eso le sumamos que el gran momento de forma del actor Tom Hiddleston –que nadie se pierda, por favor, Only Lovers Left Alive, lo nuevo de Jim Jarmusch, donde el británico da toda una lección de mojo interpretativo-, se puede llegar a asegurar que gran parte del carisma de la película es gracias a los continuos encontronazos entre ambos hijos de Odin –he estado a punto de titular la crítica: “Hermanos de Asgard… por pelotas”-.

    Así discurren las imágenes de Thor: El mundo oscuro, entre la tragedia subliminal –por algo Anthony Hopkins aparece continuamente con cara de indigestión- y el gag cómico –es de merecer citar a Stellan Skarsgard, mostrado como un Walter Bishop post-posesión diabólica de lo más tronchante-, todo ello manufacturado en forma de una space opera que recuerda tangencialmente a los Star Trek de la factoría Abrams (o a una versión steam punk vikinga del Serenity de Joss Whedon; al final todo cuadra) con guiños incluso a “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas –cambia “mosqueteros” por “colegas de Thor” y funciona- y al despiporre kitsch de Flash Gordon (algo que ya ocurría en el film de Branagh). El cómo se las apañan para que todo ello se disfrute como un entretenimiento ligero, tremendamente divertido y con alguna secuencia de acción ciertamente revolucionaria –la pelea final es de ovación y recuerda a los saltos locos de la siempre reivindicable Jumper-, no deja de asombrarme. Vamos, que me den cien más como ésta que pienso recibirlas con los brazos abiertos.

    A favor: Loki

    En contra: Thor remojándose en agua a pecho descubierto. Aunque seguro que muchos y muchas lo agradecerán.

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