Todos estos momentos perdurarán en el tiempo
por Alejandro G.CalvoNo me quiero enrollar así que déjenme ir al grano: Blade Runner 2049 se aleja (radicalmente) de todas las (innumerables) secuelas (remakes, etc) que Hollywood produce (en cascada) erigiéndose como un film totémico, capaz de defenderse por sí solo sin problema y resistiendo todas las comparaciones que se quiera con la película de Ridley Scott de 1982. Denis Villeneuve, que ya se ganó el respeto de todo el mundo el año pasado con La llegada (2016), ha sabido darle la vuelta a lo que era, básicamente, un encargo de una major para convertirlo -junto a Z, la ciudad perdida (2016) y Dunkerque (2017)- en una de las mejores películas del año. ¿Las razones? Para mí, claras. Es tan potente la construcción narrativa que impone Villeneuve -apoyado en una luz de otro mundo (literal) obra de Roger Deakins- que desde el minuto cero de la cinta, y hasta su término 163 minutos después, uno no deja de estar subyugado por la brutalidad y belleza extática de unas imágenes (en IMAX) que, prácticamente, reformulan la ciencia-ficción contemporánea demostrando que el cine de autor y el blockbuster no siempre son términos antagónicos (otro gran ejemplo sería George Miller y su Mad Max: Furia en la carretera (2015)).
No voy a entrar en el argumento -que he encontrado profundamente triste- por aquello de no destripar la película antes de que el espectador la disfrute desde la absoluta virginidad (fílmica). Pero sí se puede decir que Blade Runner 2049, nos lleva de regreso a un futuro distópico donde replicantes de nueva y vieja generación -los últimos modelos serían los obedientes, por decir algo- conviven con los humanos en un mundo cada vez más hostil y decadente, como un cementerio de elefantes de última generación. Heredando parte del imaginario de Ridley Scott -coches voladores, pantallas gigantes-, así como el pesar metafísico de las I.A. ante su propia autoconciencia, digamos, mecánica -algo que aquí se amplia al mundo de los hologramas: uno de los grandes hits de la cinta-, la película toma como macguffin la pesquisas de un Blade Runner (Ryan Gosling) tratando de atrapar a un replicante desconocido para someternos a un ensueño (no exento de pesadillas) noir de tiempos alargados y alto nivel abstractivo. El espectador avezado me entenderá cuando diga que estamos más cerca de Stalker (1979) de Andrei Tarkovski o de Lemmy contra Alphaville (1965) de Jean-Luc Godard que de cualquier otra distopía fantástica contemporánea -Rupert Sanders se tiene que estar dando cabezazos contra la pared-.
Las imponentes imágenes creadas por Villeneuve y Deakins transcurren, casi, a cámara lenta aplastadas por la música electro-wagneriana de Hans Zimmer. La acción es algo prácticamente anecdótico y siempre queda en segundo plano ahogada por el contexto -la secuencia en el Hotel de Las Vegas con glitches clásicos en loop es de ovación- o por la transgresión dramática a la que se someten los protagonistas. De hecho, la impronta estética es tan epatante que acaba por devorar hasta los propios peones-personajes: quizás la única capaz de salirse de la norma con su maravillosa mezcla de fragilidad y crueldad fuera de norma sea el personaje de Luv (Sylvia Hoeks). La hipnosis plástica tejida fotograma a fotograma -si se puede hablar así en los tiempos del digital- sumada a la paranoia de identidades que bañan la película hace que esta se enrarezca (para bien) y nos haga pasar como creíbles situaciones de lo más delirante -aquí el personaje de Jared Letto, Niander Wallace, el hacedor de hacedores, se llevaría la palma como lo más extremo de la cinta-. Máquinas que dicen ser más humanas que los humanos, humanos que rallan la xenofobia frente a las propias máquinas, un Mesías-replicante empático como motor de la revolución, replicantes tan o más románticos que el Roy Batty de Rutger Hauer... no toda la filosofía de Blade Runner 2049 calará con idéntica fuerza, pero ésta es una de esas películas donde la suma de las mejores partes sí dan una enorme obra cinematográfica. Ojalá el público tenga paciencia ante los ritmos letárgicos de Villeneuve y devore esta cinta como se merece.
A favor: El sexo a cuatro manos.
En contra: Que el metraje asuste a los espectadores.