El bigote que cambió Polonia
por Daniel de PartearroyoA pesar de que Andrzej Wajda sea uno de los cineastas polacos más importantes de la historia gracias a contar con obras de contundencia tan incontestable como su temprana trilogía ambientada en la Segunda Guerra Mundial —Generación (1955), Kanal (1957) y Cenizas y diamantes (1958)—, hace ya varias décadas que la cinefilia parece haberle dado de lado. Al menos, su nombre no suele oírse mencionado con la misma facilidad que el de compatriotas como Krzysztof Kieslowski o Roman Polanski. No obstante, Wajda ha mantenido una prolífica y envidiable constancia en su filmografía. En 2013, con 87 años, filmó su último largometraje hasta la fecha: un biopic del líder sindical Lech Walesa, cofundador del sindicato Solidaridad, que, lejos de evidenciar el más mínimo síntoma de senectud, demuestra una gran agilidad narrativa durante su retrato de una figura fundamental de la segunda mitad del siglo XX en Polonia.
No es la primera vez que Wajda se acerca a Walesa. Los inicios de lucha sindical en los astilleros de Gdansk del líder de Solidaridad ya eran invocados en la monumental El hombre de hierro (1981), donde él mismo se marcaba un cameo; es más, dicha película puede verse junto a la anterior El hombre de mármol (1977) y ésta Walesa, la esperanza de un pueblo, subtitulada como Man of Hope en su nomenclatura internacional, como una especie de trilogía sobre la lucha obrera en la Polonia comunista. Robert Wieckiewicz interpreta con gran energía e insoslayable bigotón a Walesa, quien narra su historia para la grabadora de la periodista italiana Oriana Fallaci (Maria Rosaria Omaggio) antes de las elecciones parlamentarias de 1989 que allanarían el camino de cara a su victoria en 1990, cuando fue elegido Presidente del país. Wajda prefiere dejar su gestión posterior fuera del relato y centrarse en la progresión, pigmentada con tintes heroicos, de quien pasó de ser un simple electricista de astillero a convertirse en el popular representante de los obreros polacos, un activista por la democracia tan carismático y bonachón como abrasivo para las autoridades comunistas.
Con cautela para no caer en la hagiografía, la película retrata la radicalización política de Walesa prestando especial atención a su entorno, al apoyo esencial de su esposa Danuta Golos —destacable y sentida interpretación de Agnieszka Grochowska, con quien Wieckiewicz ya coincidió en In Darkness (Agnieszka Holland, 2011)— y la confluencia con otra superestrella internacional polaca de la época: el empuje estelar del papa Juan Pablo II. Algunos momentos maravillosos de tono y enfoque, como la inspección a la que es sometida Danuta en el aeropuerto al volver de recoger el Nobel de la Paz otorgado a su marido mientras estaba bajo arresto domiciliario, o la utilización de cierto rito con el anillo y la pulsera de Walesa como leitmotiv ponen de manifiesto el ímpetu, parejo a un Martin Scorsese bien entonado, que todavía conserva el octogenario Wajda. Ojalá este notable filme sirva como recordatorio y estímulo para recuperar las grandes obras maestras de su filmografía.
A favor: La selección de canciones de punk polaco de los 80 que engrasan la narración.
En contra: A pesar de la energía expositiva, no es suficiente para escapar de las inercias complacientes habituales en el género biográfico.