Nada, como un curtido becario, para arreglarte la vida.
¡Pero si no pedía mucho!, una comedia ligera, amable y simpática, que llenara mi tiempo de ocio y aportara distracción tenue y ¡ni siquiera llega a tal escaso rango!
Dos horas para nada, para un guión laxo, de escenas con contenido ausente, donde te cansas de observar a un Robert De Niro, desganado y desaprovechado por el pobre papel que tiene que realizar, y la dulce sosaina de frases a recitar.
¡En serio no se le ocurrió a la guionista nada más sabroso, divertido u ocurrente con que llenar el abundante espacio!, o simplemente algo de calidad y esmero para unas sentencias más enriquecedoras, de palabras dignas de oírse y no tanta melosidad, de ritmo ñoño y ambiente de colegas ¡super guay!, que de tan angelical y sedoso plan ofertado, rompe el espejo de la madrastra de Blancanieves pues ésta es glorificación de mujer emprendedora, mamá cumplidora y empresaria de éxito que, por supuesto, sabrá afrontar el desliz inconveniente que la vida le traiga y sacar a flote su renqueante matrimonio en dicho.
Y a la cabeza, como hombro de apoyo y correcto consejero pensante, su pasante de la tercera edad, que tiene mucho tiempo libre y poco que hacer en él, la verdad.
Entiendo que el referido genial actor, de pasado deslumbrante y honorífico, tenga que aceptar lo que caiga en sus manos, pues está en una edad difícil para seguir trabajando como protagonista en un Hollywood que sólo busca jóvenes de moda, que llamen en masa a un público genérico, pero ¡Anne Hathaway!, si ibas a trabajar en este proyecto, no te se ocurrió solicitar, insinuar, dejar caer a la responsable oportuna ¡un poco más de contenido, carácter y carisma en el argumento!, y ¡unos secundarios de más peso!, ¡no tan lelos, superficiales y ridículos en sus conversaciones!
Porque han cambiado los papeles, ahora eres tú el diablo que se viste de Prada y, aunque no se solicita tanta agresividad ni locura, estilo ni portento, tampoco vayamos al extremo de ofrecer una válida y capaz mujer de negocios, que utiliza a su adoptado abuelo como terapia socorrida de quien se queja por la dificultad y el coste del triunfo de su sueño; un término medio hubiera estado bien, que son ¡121 minutos de escenas!, no soporíferas pero sí ausentes de interés y emoción, cuya indiferencia y desapego es sentimiento constante, dado el aburrido intercambio de ideas con el que tienen que lidiar y trabajar estos dos grandes actores.
Un agradable vacío inunda a este becario, que se cansa de llevar entre las manos tantas tazas de café, y mira que el inolvidable “Toro salvaje” hace un meritorio cambio hacia ese registro de comprensivo y experto jubilado, que siempre está en silencio para hablar únicamente cuando es adecuado y preciso, y que la lejana “Princesa por sorpresa” sigue siendo un eclipse que la cámara adora, por su facilidad para atrapar su atención y encandilar al público pero, es que hay ¡tanta ausencia de todo en este libreto!, que no deja de rondar la pregunta ¿sale alguien beneficiado de este trabajo?
Porque Nancy Meyers, como directora y autora del escrito visionado, ya ha quedado retratada, y en evidencia, al buscar la virginidad y candor de un relato que se nutre de muchos huecos inapetentes y nulos de nutrición, al tiempo que no deja de estropear a esa creada figura femenina que, aún con triunfal éxito en su carrera y preciosa hija, llora desconsolada y patética pues ¡qué hará si se queda sola!, ¡quién la querrá si su marido la abandona!, amén de que, una vez definida la inmaculada presencia de la misma ¡para qué cuidar al resto mínimamente! y que no parezcan accesorios de tercera, para estirar un relato que no daba ni para hora y media.
Tampoco sale contenta una audiencia que, aún sabiendo de antemano que será bonachona, cálida, cordial y para pasar el rato, descubre que no logra entretener ni media partida pues, al poco de su inicio ya te das cuenta de que estira lo que no da para mucho, y lo poco que sí daba, era de un anodino vacuo que no se esperaba.
Pero ¡ya está hecho y consumido!, para error y enfado de la presente; convencional aplauso a la familia por encima del sacrificio que haga falta, sentimentalismo para enternecer tras situaciones de supuesta gracia, previsible adivinación de todo su recorrido y, un final de felices para siempre, tras hallar la paz para respirar mientras se practica tai chi, que dan ganas de llorar por no reír, y por malgastar la ocasión de hacer algo digno y loable con la unión de estos dos estupendos intérpretes.
“Sólo se que hay un agujero en mi vida y tengo que llenarlo. Pronto”, el problema es que se lo pasas a una espectadora, que inició la cinta ilusionada, y termina desencantada de tanto mustio encanto.
Nunca tanta amabilidad fue tan extenuante y desfalleciente.
Lo mejor; sus dos actores principales.
Lo peor; una falta total de imaginación, para crear un texto motivador que no agote.
Nota 4,4