¡Tócala otra vez, Steve Jobs!, que tu público espera.
Creo que éste es el principio de una bonita amistad..., si no te pierdes por el camino pues, complicado saber, después de verla, lo que se piensa de esta imponente figura, confuso descifrar una opinión concisa de este irrepetible hombre, tan enigmático y severo como visionario; tres presentaciones, de tres prototipos, como base para mostrar al genio inventor y al mermado padre, dos rotundos fracasos, un triunfo inolvidable y la subida al olimpo de los perpetuados dioses por una fiel audiencia que lo ama, venera, elogia y besa el suelo por donde pisa.
Pero, ¿realmente se conoce a la persona?, ¿o sólo a la imagen que vende? Aquí se intenta unir ambos extremos en una incesante audición dialéctica agotadora, estresante y extenuante; la cara pública que todos conocemos, la diseñada performance que ofrece en el escenario no se muestra, está al acceso de cualquier, pero aquello que tenía lugar entre bambalinas, los minutos previos a tan vigorosa actuación, donde todos parecían ponerse de acuerdo para solicitar su atención y sincerarse con el maestro -o diablo, según se mire- es la salsa de este menú servido a tres platos, con un postre delicioso y un primero y segundo amargos, que no por ello dejan de formar parte de esta insólita personalidad que arrastraba muchas deudas emocionales y que concentraba su atención y esfuerzo en aquello que podía controlar, un rechazo a las emociones, base de una frialdad como máscara para sobrevivir y triunfar.
Por un lado, el progreso ascendente del padre testarudo que se niega a ser reconocido, por otro el meticuloso diseñador que sabe lo que quiere pero no dispone de las armas y tecnología para hacerlo presente, pues su inventiva e imaginación van más por delante que la práctica de la que se dispone; ambos monstruos horribles y seductores, encantadores de serpiente que atraen y fascinan igual que muerden y envenenan, una extraña mezcolanza que se alterna, con velocidad acelerada, a un malabarismo que, por muy loco y vertiginoso que resulte, le mantiene fijo en la cuerda como experto, conciso y exigente equilibrista a quien no le importa el resto del equipo, únicamente que el cable esté tenso y firme para mantenerle sereno y triunfante en su éxito.
Magnífico Michael Fassbender, sensacional actuación que te transporta al espíritu de este soñador, ya por siempre eterna leyenda, con fluidez magistral y sentida sensibilidad oculta tras esa perenne tensión polemista que mantenía en su vida, lo manejaba todo al tiempo, con medido estrés y decoro que no permitía le alterara un pelo de su cabello ni una arruga de su rostro; impecable por fuera, ebullición por dentro, impresionante guión que no deja fuera un ápice de lo que allí se vivía, la angustia, nerviosismo, demanda, exigencia, enfrentamiento, honestidad, agonía y capacidad loable de encararlo todo con vistas a esa presentación que cambiaría el mundo.
Y lo consiguió, cambió y transformó la vida de las personas, por lo que nunca será olvidado pero, este poderosa y vibrante cinta de Danny Boyle, hace que resulte difícil seguir los pasos de tan excelente artista, al tiempo que te desconcierta su actitud como padre; un mareado espectador que no tiene capacidad para absorberlo todo, debido al frenético ritmo con el que se juega, que perdido va a la estela de este portento recogiendo los restos y haciéndose una idea de la eminencia servida pero, imposible asumir tanto desmadre, cabo suelto conectado sólo en su cabeza, con la rigidez gélida que sólo él disponía para dirigir la orquesta, sin tocar ningún instrumento.
“Soy como Julio Cesar, rodeado de enemigos”, y no le importaba, necesarios obstáculos que llevan a la gloria de una victoria ansiada y codiciada que le costó lo suyo, no queda claro el recorrido profesional del personaje, tampoco su desarrollo como adoptante de la figura paterna, sagaz ilusión que expone retazos claves y peculiares para que sea la concurrencia quien conforme la notoriedad de este individuo desde ambos márgenes; el logro total no es seguro, es rápida, abrumadora e inquieta, excitación que te trae de cabeza al ser arduo seguir sus huellas sin turbación y desconcierto, inteligencia que colapsa a unas capacidades de a pie que cogen al vuelo, y como pueden, toda la información vertida.
Capta tu atención, asombra su exposición, deslumbra su interior, agita su descubrimiento, carácter estricto y desagradable cuyo temperamento era infranqueable y mortífero, una meta, un objetivo, todo lo demás accesorios prescindibles pero, incluso a la anhelante celebridad se le interponían detalles minuciosos de unos sentimientos profundos que tenían su peso en una recóndita alma, que por escondida no significaba que no estuviera bombeando a un corazón maltrecho, que escogía a dedo a quién permitir la entrada.
Un singular y agresivo guión, más una ardiente y penetrante interpretación son la clave de una película enérgica, hiriente, feroz y cautivadora que presenta, en constante intercambio, al lumbreras externo y su miseria privada en un personal circuito cerrado que permite su entrada pero, que puede provocar asfixia, al tiempo que perturba y agota; querer discernir y comprender, gustar y disfrutar no es lo mismo que lograrlo, no es difícil quedarse varado en un rincón de la sala, escuchando al sabio ególatra seguir su discurso en tablas, mientras te conviertes en un secundario prescindible, como lo eran todos, menos el susodicho para si mismo.
Se valora aunque, el sabor captado está revuelto; sin arrepentimiento de verla, su consumo fatiga.
Lo mejor; su intérprete y la narración con la que cuenta.
Lo peor; se mira el ombligo, sin tener en cuenta incluir a la audiencia.
Nota 6,5