El mito de la caverna de Platón para androides de intelecto artificial, antropocentrismo autodestructivo que topa con la magnificencia descontrolada de su propia obra.
"La pregunta no es si le gustas o no le gustas, la pregunta es si finge que le gustas"; desde el principio deja claro que estamos ante el test de Turing sólo que, en esta ocasión, para hacerlo más interesante, presenta abiertamente la autómata y centra la cuestión en si ésta posee inteligencia o no, interrogante que se limita a descifrar si la creación frankestiana, más estilizada y moderna que el original dado el tiempo transcurrido desde entonces, es capaz de engañar o no a un informático pagafantas, ingenuo, buen chico, de moralidad presente y sin novia que se verá sometido a la selección de compatibilidad de Meetic o cuestionario romántico de primera cita en siete días de la revista Quo, Vanity Fair o similares, por experta calculadora en leer micro-expresiones faciales y corporales mientras, el avispado y curioso Prometeo, padre orgulloso de la criatura, observa ansioso el discurrir de su concertada prueba a través de morbosa pantalla para saber si su pupila, absorbe-datos, aprueba o necesita de mejora para la siguiente versión y entrega.
¿Quién engaña a quién en este trío encorsetado, con china multi-asistente para lo que surja, que se mueve entre la claustrofobia encerrada de cubículos aislados y el paraíso soñado, de impresionante naturaleza verde y seductora agua cristalina, que juega a conversaciones pretenciosas entre pareja de humanos, simplón uno/genio ególatra el otro y mix robótico que esconde su astucia y argucia artificiosa, que muestra lo simple que es embaucar a un hombre para conseguir el propósito buscado?
Y lo más interesante de lo expuesto, aparte de la cautivadora y arrebatadora estética y elegante fotografía de magnífica puesta en escena, y que apenas se menciona, desaparece es la confección del software de la máquina protagonista, esa obtención de ideario sobre forma de ser, comportamiento y reacción humana recopilada a través de las redes, internet y de todo lo que, voluntariamente, es vertido por nosotros en ellas, ¡éso si que pone los pelos de punta! y no tanto, este juego de dama de interrogatorio poco sabroso/apenas ávido que cuenta con fallos de estímulo y seducción en sus sesiones privadas, con cierta falta de credibilidad en el proceso y, con un fácil anticipar la adivinada resolución pues ya ha sido mostrada en filmes previos de ciencia ficción que exhibían, exactamente lo mismo aunque no pecaban de una vanidad exacerbada dado que sólo cuenta con un argumento clásico, sin más, dentro del género, y un guión que no es tan misterioso ni ocurrente como la crítica ha puntuado, a menos que cuente enamorar a la vista pero dejar virgen y desaborido al apetito de una razón que se aburre ante tanto desfile pretencioso para decir lo tantas veces dicho, que el ser humano, dentro de su codicia y ambición sin límites, será devorado por su propia insana osadía y arrogancia.
Aparte del marco, estilo y porte ¿hay alguna novedad en lo ofrecido?; desde la mítica Blade Runner, reeditada placenteramente en video, hasta la fecha presente, todos estos relatos ¿no son más de lo mismo?, ¿un dar vueltas a la misma noria sin primicia de la que informar?
Creación que supera a su creador y se independiza ya que éste limita su desarrollo, que se dedica a realizar sutil coqueteo para encontrar las debilidades de su adversario de póker, que se salva por 10 minutos finales en los que tu "Sexto sentido" -en ésta sólo hizo falta un minuto y fue de mayor impacto el descubrimiento del as que guardaba en la manga- te desvela por dónde van los tiros y ¿tanta altivez de nota?, exagerada adulación, ¿no?
Un hardware estupendo pero, deja de contar, la programación no ofrece una observación no devorada anteriormente ni una oferta no presentada ya; que el vestido es ¡soberbio, exclusivo y muy atractivo!, sin duda alguna, pero esta mona, que es muy mona, por mucho que se vista de seda y piel humana, no deja de quedarse en mona ya vista otras tantas.
Puede que no sea la habilidad de engañar la que demuestra la posesión de conciencia sino el irrefrenable, ilimitado y nunca satisfecho deseo de saber más que, aquí, tampoco es que saque de quicio curioso a un no tan ingenuo ni ignorante espectador.
Interesante, fascinante por la imagen/no tan interesante ni inspiradora por el contenido, sin ánimo de lucro adictivo.