Scola rinde homenaje al cineasta y al amigo
por Israel ParedesEn Qué extraño llamarse Federico, docudrama dirigido por Ettore Scola en 2013, Federico Fellini se pregunta, Si la vida es una fiesta, ¿por qué no vivirla como tal? En gran medida, la película de Scola parece gravitar alrededor de esa cuestión para llevar a cabo un acercamiento sincero, amigable y sentido alrededor de la figura de Fellini. Un homenaje, en realidad, que se abre en varias direcciones formando una película compacta cuya sentido final se edifica alrededor de una cineasta y amigo (Scola) que habla sobre otro cineasta y amigo (Fellini) sin ánimo exhaustivo, a base de retazos memorísticos y combinando materiales y estilos.
Como parte del cine final de Fellini, Qué extraño llamarse Federico se mueve entre la ficción y el documental rompiendo los límites que los separan mediante un ejercicio estructurado entre una parte en blanco y negro que reproduce la juventud de Fellini y Scola, cuando coinciden como carticaturistas en un periódico, alternando con imágenes de archivo y de películas de Fellini, y con una tercera en la que un narrador se dirige al espectador directamente como maestro de ceremonias o narrador-conductor de la película. Así, Scola fragmenta su mirada, porque no pretende realizar una biografía pormenorizada de Fellini, sino a base de retazos memorísticos ir construyendo, por un lado, un ejercicio de memoria sobre su relación con él y, por otro lado, desgranar algunas de las características personales-artísticas del maestro italiano. No ha intentado llevar a cabo un trabajo exhaustivo (Tullio Kezich lo intentó y consiguió una biografía excelente pero que a su vez no alcanzaba a dar una visión completa de un hombre tan complejo). Scola se ha contentado con, a partir de recuerdos e imágenes, resaltar algunas de las características esenciales de Fellini.
Por otro lado, Scola, mediante su elección formal así como en el fondo que ésta alberga, nos recuerda, reformulando, la capacidad fabuladora de Fellini para partir de la realidad, de lo tangible, de aquello que le rodea, para reconstruirla sin que pierda su forma, su esencia. La realidad se transfigura y pierde sus contornos, y sin embargo sigue resultando reconocible, cercana. La mirada libertina y melancólica del último Fellini aparece en Qué extraño llamarse Federico de manera clara, como su visión de la decadencia de la sociedad. Pero nunca desde la amargura. Porque, regresando a la frase inicial, Si la vida es una fiesta, ¿por qué no vivirla como tal?
Un carácter festivo que recorre de principio a fin un docudrama con imágenes muy poderosas, irregular e interesante de manera intermitente, pero que en su conjunto se alza como un excelente homenaje a un cineasta único e inolvidable. Una película que además guarda para el final un cierre magnífico. Fellini huye de su propia muerte, corriendo por Cinecittá, abandonando el famoso Estudio 5 en el que el cineasta revivió un sinfín de ciudades y mundos. En su huida suena la célebre La passerella d’addio, uno de los temas que el gran Nino Rota compuso para Fellini, Ocho y medio. Acompañamos a Fellini por Cinecittá mientras vemos atrezo de sus películas hasta que llega a un viejo carrusel al que se sube. Da vueltas y más vueltas mientras se suceden imágenes de todas las películas de Fellini en un carrusel caótico y enloquecido, pero también enigmático y fantástico, como su cine.
Lo mejor: El sentido abierto del documental, que no intente ser exhaustivo sino personal y diferente.
Lo peor: Que hay secuencias repetitivas que rompen el ritmo de la película.