Dentro de ‘The Room’
por Quim CasasLa opción de James Franco, amante declarado del cine de derribo (sea el de serie Z o el sadomasoquista) al encarar un filme sobre el rodaje de la considerada “la mejor mala película de la historia del cine” no es muy distinta a la emprendida por Tim Burton cuando realizó su particular y embellecido biopic de Ed Wood, el considerado el peor director de la historia del cine; podría decirse del fabricante de encantadores engendros como Bride of the Monster y Plan Nine from Outer Space que también fue el mejor peor director del cine (estadounidense).
Tommy Wiseau, el responsable de The Room (2003), rivaliza con Wood, aunque a él le parecía, al menos durante el rodaje de su única película, que estaba haciendo algo tan portentoso que podría equipararse con Tennessee Williams, William Faulkner y Orson Welles: una auténtica tragedia amorosa y americana de los tiempos modernos. Quería emular a Ciudadano Kane y vivió un estrepitoso fracaso en la presentación del filme. Pero supo darle la vuelta, o así se lo sugirieron, y cuando vio que el público se partía de risa con lo que el consideraba un intenso melodrama, argumentó que la parodia había sido su intención desde el inicio, y Faulkner, Williams y Welles pasaron a mejor vida. The Room no solo es una mala película de culto, proyectada periódicamente en sesiones en las que el público sabe de memoria los diálogos y tira cucharillas a la pantalla en honor de uno de los objetos del decorado del filme. También es una comedia involuntaria.
Franco, no obstante, no se ríe de ella. Hay en The Disaster Artist, Concha de Oro en San Sebastián para insatisfacción de los que creen que la comedia (aunque sea buena, imaginativa) no es género festivalero, una especie de acto de amor hacia el cine, o hacia un determinado tipo de cine. De hecho, todo está muy conectado. Wiseau iba para un nuevo Faulkner de las imágenes, y Franco ha dirigido dos películas basadas en obras del novelista. Y en Ed Wood, la película de Burton, hay un encuentro crucial (aunque inventado) entre Wood y Welles.
Eso sí, Franco ridiculiza porque la propia gestación de The Room ya tuvo no pocos elementos y situaciones ridículas. En realidad, no debe forzar ni los acontecimientos ni el tono. Presenta a un Wiseau tal y como él mismo se ha presentado, obsesivo, primitivo, ridículo y convencido de lo genio que era, pero al mismo tiempo entrañable en esa misma y loca obstinación; no hay momento más triste que el de esa primera y catastrófica presentación en público de la película, refutado por el cambio de criterio de Wiseau ante el contenido su propia obra.
The Disaster Artist tiene su parte documental al mostrar las bambalinas de todo rodaje cinematográfico: los cromas imposibles del tejado donde los personajes hablan de lo humano y lo divino, la imposibilidad del propio Wiseau para retener y decir el más simple de los diálogos, la filmación de las escenas de sexo, la búsqueda de dinero… Pero la película de Franco no es “solo” un filme de cine dentro de cine, un relato de rodajes como algunos títulos de Vincente Minnelli, François Truffaut, Tom DiCillo o los hermanos Coen. El respeto que profesa por lo que reconstruye resulta más determinante incluso que la caricatura en torno a lo que observa y reproduce. No es homenaje, pero tampoco sátira.
A favor: El respeto hacia unos personajes muy fáciles de caricaturizar.
En contra: Que precisamente se espere una caricatura sangrante.