Narración americana
por Israel ParedesLa recepción que tuvo hace unos meses Marea negra, película rodada por Peter Berg de forma inmediata antes de Día de patriotas, conformando entre las dos un díptico muy interesante, hacen pensar o prever que ésta no recibirá tampoco demasiada atención ni un mínimo esfuerzo analítico; además, el título pone fácil la predisposición contra ella sin incluso haberla visto, para, así, descalificarla con rapidez. Pero lo cierto es que Berg pertenece a esa clase de directores, predominantemente norteamericanos, pero no los únicos, que no aspiran, o al menos no transmiten esa sensación, a alcanzar un nivel autoral y se aplican para realizar películas. Algo tan sencillo pero, en el fondo, tan complicado. Berg ha entregado mejores o peores títulos, pero hay algo en su cine que entronca con una tradición narrativa en el que las imágenes van marcando la narración y que posee, en su forma y en su fondo, un potente sentido de ‘gran cine’. Algo que ha ido elaborando película tras película con mayor o menor acierto, siempre manejándose mejor en unos contornos narrativos muy precisos -Friday Night Lights, El único superviviente, sus episiodios para The Leftovers y sus dos últimas películas- que cuando debe moverse en territorios más amplios –La sombra del imperio, Battleship e, incluso, Hancock, que bien podría estar en el otro grupo-. Así, Berg no se incluye, ni se incluirá dentro de ningún debate crítico debido a esa imposibilidad de trazar, en apariencia, coordenadas específicas alrededor de su trabajo visual. Se trata de un director que, como tantos otros, imponen un acercamiento más basado en sus películas que en una supuesta correlación o evolución autoral a lo largo de su carrera.
Días de patriotas, como decíamos, posiblemente sea despachada con rapidez, como lo fue Marea negra en algunos medios, sirviéndose de plantillas crítica anquilosadas que siguen patrones establecidos y seguros para rechazar un tipo de cine con facilidad. A pesar de ello, habrá el tiempo suficiente para llevar a cabo un comentario político, o supuestamente político, sobre ella sin entrar en que la propuesta de la película es compleja en su modo de acercarse a la recreación del atentado terrorista de la maratón de Boston en 2013, así como en la forma en que Berg lo pone en imágenes. Porque desde el comienzo hasta que se muestra el momento preciso del atentado, pasan alrededor de cuarenta y cinco minutos basados en un minucioso desarrollo de las horas previas en las que los terroristas tienen su lugar en la historia, algo que puede recordar a United 93 en tanto al deseo de entregar una visión poliédrica del suceso, si bien, la gran y muy reveladora diferencia, y que sirve para hablar de la película de Berg, se encuentra en que abandona toda tentativa de hacer pasar las imágenes de Día de patriotas por documentales como sí hacía en gran medida Greengrass.
Berg deja claro que su película es una ficción basada en hechos reales y narra desde la reconstrucción, como ejemplifican algunas secuencias, como en la que sobre un enorme suelo recrean los posibles movimientos de los terroristas para, después, localizar imágenes a través de las cámaras de seguridad de las calles, aunando de esta manera investigación tradicional y nuevas tecnologías. Berg se toma su tiempo para ir mostrando a los personajes, para ir creando un contexto –de ahí la importancia de las tomas aéreas y planos generales de la ciudad que marcan el paso del día- y un tono, con un ritmo lento y pausado que con la ayuda de la música de Trent Reznor y Atticus Ross, quienes, como habitúan, componen una partitura que no acompaña a las imágenes sino que aumenta la narración siendo parte de ella a modo sensorial, casi emocional. Así, la película avanza hasta la explosión, a modo de retrato de un grupo de personajes y de una localidad que, pocas horas después, sufrirá un ataque, después del cual la película toma el camino del thriller para recrear las horas posteriores al atentado y la detención de los responsables.
Durante todo esa parte, Berg está interesado en narrar los sucesos, siguiendo un ritmo pausado, con detalle, desde un punto de vista humano cuya pretendida objetividad y falta de comentario –salvo en las imágenes finales de la película- pueden ser visto y entendido, precisamente, por su contrario. Lo relevante es como Berg construye una película en la que el montaje de las imágenes va creando un sentido anímico que se corresponde con lo sucedido ese día, suponemos, en cada preciso momento en una recreación emocional y sensorial que tiene en su trabajo con las imágenes un sentido clásico a la vez que en su tratamiento se abre a un relato más presente en su elaboración interna.
Y en ese itinerario visual y musical que crea Berg, la película narra con buen pulso y sentido veinticuatro horas de una pesadilla que nos entrega imágenes y momentos de gran ambición en su elaboración y en su contenido. El acercamiento, por otro lado, a las circunstancias es tan complejo como demuestra que el personaje interpretado por Mark Wahlberg, el único de los principales que no corresponde con la realidad, se alza como una figura que trastoca la propia imagen del actor como la del héroe blanco masculino (y no olvidemos que estamos en Boston…) al mostrar su figura de manera poco complaciente, sirviendo incluso como parábola de la impotencia de mantener a salvo a la familia, por ejemplo, ante unos sucesos así. El héroe individual queda desplazado en Día de patriotas por lo colectivo, por el trabajo de todos los ciudadanos, una idea que, por otro lado, aparece de manera transversal en el cine de Berg, quien ha logrado con su última película la que quizá sea la mejor de su carrera al llevar todo lo expuesto anteriormente a unos magníficos niveles narrativos.
Lo mejor: El trabajo visual y tonal de Berg, la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross.
Lo peor: Que indudablemente se hablará de ella como película de la ‘América de Trump’ sin saber muy bien cuál es esta y que se desprecie sin atender bien a sus virtudes.