La edad de la inocencia
por Paula Arantzazu RuizComo le sucede a Celia en la segunda o tercera secuencia de Las niñas, de Pilar Palomero, yo también envidiaba los peinados trenzados de mis compañeras de clase, ya que, en definidas cuentas, las trenzas elaboradas, adornadas con gomas de colores y lazos finos, eran una señal de la dedicación de una madre hacia su hija. Discúlpenme este arranque tan personal a la hora de empezar a hablar de Las niñas, pero es importante advertir a los espectadores: la película de Palomero es una bomba proustiana potentísima, que explotará como los peta-zetas en la memoria de las españolas adultas de hoy; algunas de ellas, también madres de sus propias niñas.
Sigamos con frases categóricas: Las niñas es el debut español del año como no hace tanto lo fue la también nostálgica-noventera-protagonizada-por-niña Verano 1993, de Carla Simón. Otro detalle nada baladí comparte la película de Palomero con la de Simón, la productora Valérie Delpierre, de Inicia Films, aquí en colaboración con BTeam Pictures. En ambas producciones se nota un trabajo cuidado, detallista y se intuye que sus procesos parecen haber gozado del tiempo que precisaban. Las niñas y Verano 1993 son dos obras tan parecidas –melodramas sin melodramáticas, reflexiones de un momento concreto de nuestro país, historias de familias rotas– y al mismo tiempo tan diferentes que solo podemos celebrar que existan cineastas como Simón y Palomero mirando hacia atrás sin ira.
Las niñas nos sitúa en un colegio de monjas de Zaragoza en 1992, cuando las casas de España se abrían a las televisiones privadas y a las Mammachicho. La campaña ‘Póntelo, pónselo’, para promover el uso del preservativo, irrumpe en una sociedad conservadora, más aún en capitales como la ciudad maña, y convive, en el imaginario de las chicas protagonistas, con leyendas urbanas como el de una antigua alumna del colegio que descubre que ha contraído el VIH de una manera algo macabra. Es también la época de los casetes grabados –aquí de clásicos del rock gótico y urbano maño: los primeros Héroes del Silencio, Niños del Brasil, Más Birras, Manolo Kabezabolo– y de los primeros bailes en las disco sin alcohol, donde los chicos se aventuraban a pedir de rollo a ver si caía alguna... Es abrumador el catálogo de la cultura pre-adolescente noventera que aparece en el primer tramo de la película y Palomero consigue, justamente, que no parezca un listado tipo ‘Yo fui a EGB’. Cada detalle nostálgico cumple una función y conduce una situación hacia otra, con una fluidez nada melancólica.
De hecho, el salto hacia el segundo tramo de la película, que abandona al grupo de niñas para centrarse en la cuestión familiar de Celia, se desarrolla sin sobresaltos, de una escena coral, en la que las chicas están tomando alcohol por primera vez mientras juegan al ‘Yo nunca’, a otra de dolor íntimo y complicidad entre Celia y Mira, su nueva amiga. El camino emprendido de cara al desenlace busca ser otro tipo de fresco de ese tiempo, que ahonda en lo sociopolítico a partir de la relación materno-filial que puntea la película y define, además, el carácter introvertido de Celia, una impresionante Andrea Fandos con sus ojos enormes que recuerdan a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, capaces de descuadrar a Natalia de Molina. Tras un clímax en sordina, en lo que es una gran decisión narrativa de Palomero, el rito de paso de Celia está listo para completarse. En el final de Las niñas, un ciclo se completa para comenzar otro nuevo y es muy bello ver en primer plano cómo las dudas de esa niña que despierta al mundo dejan de ser un tímido balbuceo.