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    Críticas
    4,0
    Muy buena
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    'Luca' en Disney+: No tengas miedo

    por Alejandro G.Calvo

    De todos los veranos de nuestra vida está claro que los que más nos marcan son aquellos en los que nuestra inocencia se desvanece para dar paso a la fascinación de los desconocido, como en Luca, la última película de Pixar. El fin del mundo conocido de la infancia (y si hay suerte, protegido) justo antes de estrellarse en la vida adulta, crea un espacio-tierra de nadie donde la mutación -física, emocional, vital- es el patrón que lo inunda todo.

    Lo cantaba Vainica Doble en la Habanera del primer amor, lo vimos en la televisión española de dos canales al grito de “Del barco de Chanquete, no nos moverán”, lo vivimos en innumerables películas, ya fueras goonie, trabajaras en el parque de atracciones de Adventureland (2009) o vivieras en el campo rodeado de criaturas tan fantásticas como Totoro o tan aterradoras como la bruja de El viaje de Chihiro (2001).

    El tiro hacia el imperio de la imaginación de Hayao Miyazaki no es casual: el propio aparataje de promoción de Luca lo ha repetido hasta la saciedad: ésta es la película Pixar que más se ha mirado en la obra del maestro de la animación japonesa. El propio director, Enrico Casarosa, italiano emigrado a Nueva York para estudiar cine y especializarse en el campo del story-board -suyos son los trazos que acabarían convirtiéndose en imagen digital tanto en títulos de Blue Sky (Ice Age (2002), Robots (2005)) como, ya fichado por Pixar, en títulos de la categoría de Ratatouille (2007) o Up (2009)-, se ha declarado tanto fan irredento de la factoría Ghibli como de la obra de Roberto Rossellini (enorme referente, pero del que al menos yo no veo señas reconocibles en Luca, por más que algunos críticos hayan comparado la localización de Stromboli (1950) con la de Portorroso, el pueblo pesquero donde transcurre la acción de esta última película de Pixar).

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    Portorroso, claro, viene de Porco Rosso (1992), la película anti-fascista de Miyazaki (si es que no lo son todas). Pero eso es únicamente un guiño simpático. La verdadera conexión con la obra del japonés es a través de las imágenes de Luca, se encuentra en su propia vocación intimista, incluso minimalista, tanto a nivel plástico como argumental. En su condición de retrato microscópico de unos pocos personajes enfrentados a, lo dicho, el fin de la inocencia y su apertura al (aterrador) mundo de las emociones complejas.

    En Luca se hace especial hincapié en rechazar el miedo a lo diferente, en aceptarse tal y como uno es, en negarse a aceptar lo que a uno le han impuesto de pequeño y tener el valor de lanzarse a la caza de lo que uno en realidad quiere ser. Todo lanzado por vía de la metáfora mutante: unos niños-pez -niños-monstruo para los habitantes de la superficie- que, cansados y aburridos de las rutinas del hogar (bajo el agua), buscan lanzarse a la aventura terrestre convertidos en niños humanos en cuanto ponen un pie fuera del agua.

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    Las referencias cinéfilo-acuáticas aquí son más claras: Ponyo en el acantilado (Miyazaki, 2008), La canción del mar (Moore, 2014). Pero por más que lo intente Casarosa, Luca sigue aferrado a las mecánicas de la animación Disney: aquí no hay tiempo para ver cómo se filtra la luz por debajo de una puerta o que la magia existente debajo del mar inunde la pantalla de fascinación sobrenatural.

    Los tiempos de Luca van mucho más rápido que en los de Miyazaki y la fascinación vivida por el personaje es más sencilla: la de un niño que abre los ojos a lo nunca vivido antes. Superada (y aceptada sin problema) esa distancia, la película se vive a la perfección.

    Luca es tremendamente divertida -qué gran personaje el de Giulia y su desbordante optimismo-, bellísima por momentos y su mensaje, tan bonito e importante, como todos los lanzados por Pixar desde que en Monstruos, S.A. (2001) y en Ratatouille se nos decía que cualquiera (monstruos, ratas) es capaz de realizar cualquier cosa, poco importa su condición, raza y aptitud.

    Y en un mundo que está girando cada vez más hacia el desprecio a lo diferente en una reivindicación de lo rancio y superado hace décadas, a mí me parece lo suficientemente importante para que disfrute Luca con total admiración.

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