Aventurero, encantador, curioso, todo le fascina. Jean-Jacques Annaud ocupa un lugar propio en el paisaje cinematográfico internacional.
Para escalar una montaña, ir a la cumbre y plantar su bandera con los colores del séptimo arte, registra, se informa, lee. Nada le asusta, todo le apasiona.
Está al acecho de los latidos del corazón para descubrir allí una emoción. Obsesionado por la desaparición de las diferencias culturales, vive al ritmo de sus impulsos, de sus pasiones. Se pregunta acerca del hombre salvaje, de las fieras, entrecruza sus destinos. La uniformización le exaspera, la repetición le aterroriza. El oscurantismo le hace ser pesimista. Lleno de fuego y de pasión, este habitante de los suburbios orgulloso de serlo picotea en El Bosco y Brueghel para El nombre de la rosa, en los holandeses Ruysdael y Van Goyen para El amante. Jean-Jacques Annaud tiene los ojos abiertos permanentemente y los oídos siempre a la escucha. Táctil, sensual, goloso, gourmet, ha confesado que le aterroriza la idea de repetirse.
Diplomado en la escuela de cine de la calle Vaugirard y del Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), en París, dedicado a la publicidad desde 1968 a 1974, Jean-Jacques Annaud dice haber aprendido a manejar la risa, a cosquillear el sentido de la comedia en su trabajo para distintas marcas. Cansado de este medio, decide hacer cine.