Nació en uno de los sectores más pobres del Bronx y siendo aún un niño mostró su gusto por la interpretación. Tuvo una infancia muy dura, llegó incluso a ser un pequeño vagabundo. No se inició en el arte dramático hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Tony Curtis estudió en el Dramatic Workshop of the New School for Social Research de Nueva York antes de entrar a trabajar en la Universal en 1949, en la que consiguió por igual excelentes papeles y sonados fracasos.
Con anterioridad a este contrato ya había tenido su primera toma de contacto con el escenario al representar pequeños papeles en Broadway. Se convirtió en el galán por excelencia de la década de los sesenta, pero lejos de quedar encasillado en papeles cuyo encanto residiese en el físico, Tony Curtis se reveló como un actor dotado de humor y delicadeza. Ello queda patente en películas como por ejemplo El gran Houdini (1953) de G. Marshall.
Durante los años cincuenta fue adquiriendo popularidad paulatinamente y será ya en 1958 cuando logre el éxito con Fugitivos de Stanley Kramer.
A pesar de todo no renunció al tipo de papeles de épocas pasadas que le sirvieron para hacerse de un nombre y además los dotó de emoción y seriedad. Años después se introdujo en el género de la comedia pura y logró grandes éxitos con Blake Edwards en Vacaciones sin novia (1959) y con Billy Wilder en Con faldas y a lo loco.
En los setenta empezó a alejarse del cine y reapareció en El último magnate de Elia Kazan.
Estuvo casado con la actriz Janet Leigh y es padre de Jamie Lee Curtis, también dedicada a la interpretación.