Esto no trata de rigor histórico, el objetivo es otro: puro espectáculo
En la ciudad de Roma se erige todavía una de las armas políticas más poderosas de la historia: sirvió para demostrar la riqueza del Imperio tras su devastación por la peste, el fuego y la guerra. Servía para controlar y apaciguar a las masas, ayudaba a ganar votos y funcionaba como herramienta propagandística. El Coliseo es una de esas maravillas de la ingeniería y la arquitectura que nos dejaron nuestros antepasados y que demuestra, una vez más, que no somos pioneros en nada. Entretenimiento como bastión político. Un anfiteatro para albergar cortinas de humo y el agasajo más salvaje: la muerte como divertimento. Un todo vale con tal de ganar. Gladiator II también es, a ratos, eso: un todo vale cuyo fin dentro de la gran maquinaria de la industria cinematográfica es entretener. Y lo consigue.
Gladiator II, ambientada 15 años después de los sucesos ocurridos en la primera película, tiene como protagonista a Lucio. El niño que vio cómo Máximo se sacrificaba en el Coliseo y mataba a su tío, el emperador Cómodo, tuvo que huir de Roma y separarse de su madre. Cuando comienza la secuela, Lucio es un hombre casado que vive en el antiguo reino bereber africano de Numidia. Despojado de su pasado, pero siempre en su recuerdo, Lucio es un hombre lleno de rabia que detesta el poder y el Imperio romano. Cuando el general Marcus Acacius acude con sus tropas hasta allí para hacerse con Numidia en nombre de los emperadores Geta y Caracalla, Lucio lo pierde todo. Convertido en esclavo, ahora pelea por su vida en el Coliseo con el objetivo de vengarse.
Paul Mescal ha ganado 8 kilos de puro músculo en su cambio físico para ‘Gladiator II’Esta nueva épica de Ridley Scott -que de eso, de épica, este señor sabe mucho- no solo hereda la espectacularidad de la primera Gladiator (2000), también sus personajes y su narrativa. Lucio, tal y como se ha revelado ya, es hijo de Máximo y sus historias son tan paralelas que parece que el guionista David Scarpa y Scott han cogido el guion de la primera entrega y lo han salpimentado con más acción y grandiosidad. Máximo, personaje por el que Russell Crowe se llevó el Oscar, era un hombre que solo quería volver a casa con su familia y, sí, lo consigue, pero tiene que morir para ello. Lucio, que ve a su mujer marcharse en la barca de Caronte, quiere cobrarse su venganza y luego reunirse con ella en el Inframundo. En definitiva, hombres despojados del miedo a la muerte, casi kamikazes, pero con un saber de la estrategia y de la batalla que les convierte, en contra de lo que ellos desean, en seres inmortales en la arena. Es en su tercer acto cuando Gladiator II vira y se aleja de la primera entrega y muestra lo que podría haber sido el final de su predecesora si las cosas le hubiesen salido a Máximo de otra forma.
Es imposible, aunque se quiera, no comparar ambas películas. Gladiator fue y es un filme totémico, un proyecto que marcó el cine épico de aventuras. Fue nominada a 12 premios Oscar y ganó 5, incluyendo el de Mejor película. Su secuela pierde en frescura y originalidad, pero Scott plaga la historia de personajes llenos de carisma, extraños y tan atractivos que es una delicia ver lo mucho que sus actores han sabido entenderlos. Lucio es reservado y vengativo y su rectitud contrarresta con los manierismos de un inteligente y manipulador propietario de esclavos llamado Macrinus y dos perturbados y disfrutones emperadores líderes de una Roma en decadencia.
Un gran Paul Mescal como Lucio digno heredero de Russell Crowe, un juguetón Denzel Washington como Macrinus y unos pasados de rosca, en el mejor de los sentidos, Joseph Quinn como Geta y Fred Hechinger como Caralla firman las grandes actuaciones de Gladiator II. Allí donde ellos destacan otros actores como Pedro Pascal y Connie Nielsen quedan un poco sepultados. La culpa no es de ellos, que interpretan con acierto sus papeles, sino de encarnar a unos personajes mucho más serenos que los ya mencionados.
El espectáculo por encima de todo
Hay algo que a Scott siempre se le ha dado bien rodar: las batallas. Gladiator II abre con una, haciendo reflejo del impresionante arranque de la primera entrega. También el protagonista tiene que ingeniárselas para sobrevivir en la arena del Coliseo. Sin embargo, mientras que las peleas de Máximo eran mucho más terrenales, las que de Lucio son sinónimo de la demencia de los emperadores que lideran Roma. Además de contra un puñado de babuinos, el protagonista se enfrenta a un rinoceronte y, en una de las secuencias que más ha llamado la atención incluso antes del estreno del filme -aparece ya en el tráiler-, lidera una naumaquia, un espectáculo que representa una batalla naval en la época romana.
Más de un historiador ha destacado la anacronía de ese momento. No obstante, es una secuencia que resume lo que es Gladiator II: elevar la acción de la primera a toda costa. En ella, el Coliseo se inunda con agua y Lucio y los gladiadores pelean encima de sus barcos. Si no les mata una espada o una flecha lo hace un tiburón. Porque Scott, en su objetivo de hacer que Gladiator II sea más grande que su predecesora, va un paso más siempre que puede, rozando el disparate.
¿Ocurrió de verdad esta naumaquia en la época de Geta y Caracalla? Los historiadores ya han demostrado que no, pero ¿acaso importa? Si vas a ver Gladiator II para que Scott te dé una lección de historia, no has entendido de qué va esto. Esto no trata de rigor histórico, el objetivo es otro: puro espectáculo.