Críticas
3,5
Buena
El lobo de Wall Street

Desenfreno desenfrenado

por Carlos Reviriego

Exhausto. Puede que trastocado. También algo incrédulo. Ciertamente frustrado. Este espectador sale de las tres horas de 'El lobo de Wall Street' -tres horas al ritmo que impone la cocaína- con la firme convicción de que ha visto una película memorable de Martin Scorsese, o por lo menos con la seguridad de que la película contiene varios de esos momentos que han hecho tan grande al cineasta neoyorquino… y aún así, siente algo parecido a la decepción. Intenta explicarse por qué.

La historia de Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), basada en su autobiografía (editada por Grupo Planeta) y convertida en guion por Terrence Winter (escritor en 'Los Soprano' y 'Boardwalk Empire'), es una "clásica" épica americana de ascensión y caída, de irrefrenable éxito y de imposible redención. Otra crónica moral en torno a los cimientos inmorales de América según Scorsese, otro exuberante fresco monumental como lo fueron 'Uno de los nuestros' (1990), 'Casino' (1992) y 'Gangs of New York' (1995). Una película realizada desde la conciencia de que quiere ser una obra maestra. (Y esto mosquea). Así lo celebrará, al menos, la confortable tradición (porque Scorsese ya es tradición), la que aún sigue buscando obras maestras (perfectas) en un cine contemporáneo que admiramos precisamente por su elogio a la imperfección.

Los tipos de la mafia son ahora los brokers de la Bolsa, las pistolas de aquellos son los teléfonos de estos, los charcos de sangre son los fajos de billete. "¡Stratton Oakmant es América!", grita Belfort. Efectivamernte, la firma bursátil de su propiedad, que marcó un antes y un después en Wall Street (ganando cientos de millones de forma fraudulenta y a costa de la ignorancia de los pobres), es la expresión encarnada de las prácticas más ruines del Capitalismo. Más tarde, Belfort alzará otro grito en esta película tan gritona: "Fuck America!". Y claro, el círculo se cierra. Como le advierte su padre en un momento dado, empleando una de esas frases subrayadas en el guion, los excesos acaban pasando factura. También con "El lobo de Wall Street".

El comportamiento de Belfort sin embargo, que narra su peripecia en off, en modo documental, en flashback, mediante monólogos interiores, protagonizando un spot comercial (extraordinario arranque) o rompiendo la cuarta pared, no es tanto el de un mafioso como el de una estrella del rock. Vive en una orgía de sexo y drogas y dólares. En un festín de codicia y hedonismo. Pareciera que todo aquello que le interesó a Scorsese del documental 'Inside Job' (2010, Charles Ferguson) en torno a la crisis financiera es el bloque en el que describe la fauna de Wall Street como una manada hambrienta de putas y cocaína. Y el líder de la manada fue Belfort.

Es natural por tanto que todos los elementos de la película estén poseídos por el desenfreno y el derroche más absolutos. La poética del exceso que de algún modo define el trabajo de Scorsese no encuentra en 'El lobo de Wall Street' modulación alguna. Empieza en lo más alto y ahí se mantiene. Las soberbias interpertaciones de Leonardo Dicaprio y Jonah Hill, puestos al límite, van más allá de la intensidad y el delirio (protagonizan una escena en la cocina extraordinariamente física que nos devuelve al mejor Scorsese); la narración de la épica se ve invadida por todo tipo de florituras y de ingenios formales, que de nuevo ponen de manifiestao el talento de Scorsese para sujetar en firme al espectador durante el tiempo que se le antoje; la selección musical (una vez más, a cargo de Robbie Robertson) propulsa la historia con el desenfreno y el vértigo de los estilos de vida que retrata el film…

No hay duda alguna sobre el vigor, la energía y el relieve que Scorsese confiere a las imágenes. Nos embarca en un frenético carrusel que se quiere también documento antropológico y reflejo moral de nuestro tiempo, en un relato que probablemente encuentra más mimbres para la comedia de lo que pretendía o necesitaba. A ratos es un film condenadamente divertido en su desenfreno bacanal, la versión idealizada de lo que acaso Baz Luhrmann quizo hacer con 'El gran Gatsby' y que Sorrentino llevó al éxtasis en 'La gran belleza'. Y quizá por ello no nos golpea con la fuerza con que debería hacerlo en los momentos en que se lo propone. No es un problema de ejecución -las escenas dramáticas funcionan tan bien como Scorsese sabe hacerlas funcionar-, tampoco de que las secuencias más determinantes carezcan de energía cinemática -en el yate con los agentes del FBI, el colapso en el Club de Campo, las arengas en la oficina…-, sino de que no hay inflexión alguna en el ritmo, en el tono, como si el cine no fuera una cuestión de luces y sombras, de control y descontrol, de contrastes.

El film es por tanto obsesivo y compulsivo -como casi todo el cine de Scorsese-, pero quizá lo más imperdonable (tratando el tema que trata) es que carece de la furia de las épicas que le preceden (sobre todo de 'Uno de los nuestros' y 'Casino'), como si Scorsese estuviera mucho más atento a los manierismos de un estilo que ha cruzado el barroquismo y la autocomplacencia que al sustrato humano que respiran obras tan inapelables como 'Malas calles' o 'Toro salvaje'. 'El lobo de Wall Street' es un film ciego de cocaína. Un film lunático. La experiencia de su visionado puede apelar a los efectos del consumo de estupefacientes. Y quizá así debía ser. Nos divierte, nos hace vibrar, nos mantiene despiertos y estimula nuestros sentidos. El problema viene cuando no se sabe parar. El recuerdo queda entonces distorsionado y olvidamos qué era exactamente aquello que estábamos celebrando. O si realmente había algo que celebrar.

A favor: Que Scorsese mantiene intacto su talento y su ingenio para embarcarnos, a un ritmo frenético, en una épica monumental sobre la moral humana.

En contra: El efecto deja-vu, la redundancia y que para retratar el desenfreno no hay que hacer una película desenfrenada.