Di no a las drogas, sí a The Rock
por Daniel de PartearroyoDe luchador de la WWE a estrella de Hollywood perenne en la cartelera —atención a la racha que lleva este año: 'G.I. Joe: La venganza', 'Fast & Furious 6', 'El mensajero' y todavía faltan por llegar 'Dolor y dinero' y 'Empire State'— Dwayne Johnson, también conocido como The Rock, ha hecho de su montañosa fisonomía una de las presencias más potentes del cine norteamericano de los últimos años. The Rock es todo forma rotunda, tan pulida como su calva, con apariencia de matón salido de una viñeta Bruguera y facilidad para los personajes que no se andan con hostias, las suministran. En 'El mensajero' interpreta un arquetipo muy apropiado: un padre que, cuando meten a su hijo en la cárcel por tráfico de drogas, él mismo decide infiltrarse en una banda de narcotraficantes para delatarlos a cambio de la libertad del chaval.
Si el tercer largometraje de Ric Roman Waugh —antes que director, veterano doble especialista de acción desde finales de los 80— hubiera tomado la vía bruta y burda de otro vehículo 'rockero' como 'Sed de venganza' (George Tillman Jr., 2010), donde nuestro héroe se limitaba a caminar en línea recta sobre al argumento arrasando con todo sin terciar innecesarias palabras, podríamos estar celebrando una gran película de acción y sensibilidad contabilizada en B. Sin embargo, 'El mensajero' decide apostar por la apariencia de estar tomándose las cosas muy en serio, cargando las tintas en aspectos de drama familiar, investigación policial e intriga política que guiñan el ojo al bulto que las temporadas de 'The Wire' —Michael Kenneth Williams incluido— puedan haber dejado en la memoria de Waugh y su coguionista Justin Haythe —eso sí, ideas como poner al protagonista a buscar en Wikipedia "cártel de droga" para documentarse no deberían quedar diluidas en la autoría compartida—. Es precisamente ahí donde la propuesta pierde fuerza, empeñada en mirar a 'Traffic' (Steven Soderbergh, 2000) en vez de a 'Venganza' (Pierre Morel, 2008).
No es hasta sobrepasada la mitad de la película que tanto la acción como Dwayne Johnson empiezan a cumplir dentro de los cauces que el enmarañado discurrir del, por otro lado, poco sorprendente guión les deja. Pero la vibrante persecución automovilística final llega demasiado tarde como para olvidar todo el conjunto de escenas de sobreexposición, discusiones con Barry Peeper como agente de la DEA y una fiscal interpretada sin convicción por Susan Sarandon y blando drama familiar que han pavimentado el camino hasta ahí. No podemos culpar a Johnson; su carisma no sale dañado, e incluso puede ganar cierto público gracias al registro de padre coraje, pero es evidente que la mayor parte de su potencial aquí queda desaprovechada.
A favor: La. Barba. De. Barry. Peeper.
En contra: Las pretensiones de seriedad y ceño fruncido.