Críticas
3,0
Entretenida
Los idus de marzo

Todo el mundo es malo

por Alejandro G.Calvo

Arranca bien la última película de George Clooney, situando su epicentro dramático en unas ficticias primarias del partido demócrata norteamericano, en lo que se prevé como un análisis en clave de thriller de los entresijos que rigen la política en los EE.UU. El atractivo es innegable, pocas cosas hay más entretenidas que adentrarse en el sistema democrático norteamericano, siempre y cuando se haga con conocimiento de causa y talento para el desarrollo. Pongamos dos ejemplos, a cual más brillante: (1) Nadie con ojos y memoria podrá olvidar las cuatro primeras temporadas de la serie 'El ala oeste de la Casa Blanca' (1999-2006), cuyo pormenorizado estudio del funcionamiento del gobierno americano debería enseñarse en cualquier facultad de Ciencias Políticas (o del que podría aprender más de un gobierno tecnócrata); y (2) El epatante reportaje que el escritor David Foster Wallace realizaría para Rolling Stone (con más páginas de las que tiene la propia revista) sobre las primarias del partido republicano cuando los candidatos eran George W.Bush Jr y James M. Cain. El periodismo político en letras de oro.

Pero volvamos a la película de Clooney, que aún no ha hecho más que empezar. El siguiente atractivo que tiene la obra es su valentía a la hora de representar la hipocresía que existe en cualquier figura política. De ahí que el gobernador protagonista sea el máximo ideal de la gente de izquierdas: alguien que quiere acabar con las armas, la pena de muerte, con la polución, con los seguros médicos, con las carencias en la enseñanza, con el estigma de las religiones... (es más que fácil emparentar las ideas políticas del propio Clooney con las de su personaje ficticio). Es por ello que cuando se descubre que bajo su intachable fachada de hombre de familia se esconde un seductor de becarias clintoniano, el valor añadido es extra. 'Los idus de Marzo' –el nombre de la película está extraído de los días previstos de "buenos augurios" del Calendario Romano, la misma fecha en que moriría Julio César y cuya novelización en forma de cartas sería escrita con la mano maestra de Thornton Wilder- representa, de nuevo, el fin del sueño americano, cuando hasta aquellos nuevos héroes -¿Barack Obama? ¿Julian Assange? ¿Steve Jobs?- resultan esconder todo tipo de esqueletos sodomizados en el armario. Hasta ahí, los puntos a favor.

Tras un arranque trepidante, con diálogos cruzados como ráfagas de metralleta y una presentación de personajes lapidaria, la película acaba por alcanzar su cenit dramático cuando uno de los máximos responsables de la política del gobernador –Ryan Gosling, el chico de oro- se entera de las andanzas bajo las sábanas de éste con la becaria de líneas curvas a la que da vida la "mildredpierciana" Evan Rachel Wood. Y ahí se va todo al traste: las soluciones formales cobran una torpeza inaudita, la acción se desarrolla a trompicones, la sutileza se diluye en subrayados y exageraciones. Extraño. Es como si Clooney, tras presentar con todo detalle el juego inicial, volcara la mesa de una patada para acabar con ello lo antes posible. Al no existir tiempo para que la acción se desarrolle desenvolviendo sus capas con detenimiento, se opta por chillarla a viva voz al espectador. Tornándose todo abrupto, torpe, falto de interés. Al final el mensaje queda alto y claro, de acuerdo, pero la perplejidad que nos asola como espectadores no deviene de lo contado, sino de lo mal que nos lo han mostrado.

A favor: La primera parte, pura política.

En contra: La segunda parte, puro vodevil.