Críticas
2,0
Pasable
El hombre que mató a Don Quijote

La película que mató a Terry Gilliam

por Marcos Gandía

Caballero andante del cine, orate perdido en batallas con gigantes burocráticos y hechiceros magnates, Terry Gilliam cabalga de nuevo por las grandes pantallas en un mundo que ya no está hecho para la imaginación, la locura y mucho menos para Terry Gilliam. Que Gilliam es Don Quijote es algo que ya sabíamos. Sus personajes, del barón de Münchausen al naufragado locutor de radio en pos del santo grial. Del funcionario rebelde por accidente en un futuro distópico al viajero temporal atrapado en un recuerdo cíclico de infancia.

Por eso resulta tan triste que ya nada quede de él, de su universo, de su fuerza, imaginación y quijotescos empeños en su último film, El hombre que mató a Don Quijote. Y eso que lo tenía todo para resultar memorable o cuando menos íntimo y pegado a la piel de un cineasta que ha luchado un cuarto de siglo para llevar a término, luchando con molinos de viento y otros impedimentos que empequeñecen a las plagas del Antiguo Testamento, este proyecto, esta historia. Pero este Terry Gilliam ya no es el mismo, ni siquiera el que podía equivocarse con propuestas erráticas como The Zero Theorem o El imaginario del doctor Parnassus. Es aquel hidalgo de La Mancha envejecido, cansado, que ha aceptado la derrota y la muerte con estoicismo. Es un Alonso Quijano que se deja maltratar, humillar y anular por los nobles que le prometieran a Sancho Panza la ínsula de Barataria. Alguien que, seguramente en pos de un sueño imposible (que es la película que iba a ser y nunca fue con Jean Rochefort y Johnny Depp), se sube a un feo Clavileño. Fealdad y la sensación de asistir a la defunción de un autor, de un cineasta, ante las risas de productores que casi todo lo que tocan convierten en mediocre, de actores insufribles (Óscar Jaenada por encima de todos), de restos de atrezzo e ideas de algunas de sus obras maestras (Las aventuras del barón de Münchausen y El rey pescador por encima de todas) quemadas en una hoguera de continuo sonrojo. Es verdad, y es de justicia, destacar que no todo es horroroso en la película: su idea inicial prometía, Jonathan Pryce y Adam Driver se creen lo que hacen, aunque hagan estupideces, y está esa maravillosa escena en el carromato/cine/caja mágica donde está recluido el Quijote. Pero el resto es un despropósito absoluto, a veces de vergüenza ajena. La locura bendita de Gilliam tornada en senilidad, en chochez que parece pedir a gritos la eutanasia. Una lástima.

A favor: El segundo encuentro entre el director y Don Quijote.

En contra: Todo lo demás, empezando por cada una de las penosas apariciones de Óscar Jaenada.