Críticas
3,0
Entretenida
Madagascar 3: De marcha por Europa

Puro desenfreno animado

por Mario Santiago

La tercera entrega de la saga de Madagascar arranca con un sueño: Alex, el neurótico y cosmopolita león al que pone voz Ben Stiller, imagina que él y sus amigos han envejecido en la Sabana africana, incapaces de retornar a su hogar, el zoológico de Nueva York. Esta secuencia onírica, marcada por el electrizante frenesí de una cascada de surrealistas gags, funciona como la perfecta introducción a una película que reniega de los patrones clásicos referentes a la construcción de personajes. Lo que importa aquí al trío de directores —Conrad Vernon, responsable de 'Shrek 2', se suma al tándem formado por Eric Darnell y Tom McGrath— es exprimir al máximo la narrativa hiperglucémica, desquiciadamente acelerada, que ya se intuía en ciertos pasajes de las anteriores entregas de la saga (sobre todo los protagonizados por esos anárquicos e incorregibles pingüinos). De hecho, en sus mejores momentos, 'Madagascar 3: De marcha por Europa' puede remitir a los grandes referentes del cine de animación más "descerebrado": los cortometrajes de los Looney Tunes o la referencial 'Alicia en el país de la maravillas'.

En todo caso, esta clara apuesta por la acción más exuberante y bombástica va en detrimento de cualquier lógica narrativa. En un pasaje curioso, la tropa de animales decide que sería idóneo abandonar la Sabana africana y plantarse en Montecarlo para dar caza a los pingüinos. Tras un corte seco de montaje, vemos que los protagonistas ya se han plantado en la costa francesa. ¿Cómo han llegado (¡buceando!) hasta allí? Poco importa, dado que el gran casino de Mónaco servirá de escenario para la primera gran secuencia de acción del filme. La película sigue adelante con la alerta de verosimilitud apagada. Los animales buscan la mejor manera de volver a casa (Nueva York) y se topan por el camino con un cochambroso circo europeo al que le darán un moderno lavado de cara —la tradicional barraca de feria se convertirá en todo un festival de luces de neón en la estela de los espectáculos del Cirque du Soleil—.

Para mantener en movimiento este bullicioso carnaval de acción, luz y color, 'Madagascar 3' echa mano de la fragmentación narrativa. Más que por la evolución psicológica de los protagonistas, el relato se propulsa gracias a "set pieces" en las que se exprimen a fondo la caracterización de algunos personajes. Ahí está el hilarante romance entre el lémur Julien (Sacha Baron Cohen) y un gigantesco oso pardo, celebrado en las ruinas romanas al son del "Por ti volare" de Andrea Bocelli. O la fantástica secuencia en la que la temible gendarme francesa Chantel DuBois (Frances McDormand) rehabilita a su escuadrón policial con una sentida interpretación de 'Non, je ne regrette rien' de Edith Piaf. Dos momentos que ilustran dos de las mejores virtudes de la película. Primero, su capacidad para satirizar los más diversos arquetipos culturales, desde la desaforada emotividad italiana (encarnada por el lobo marino Stefano, un sensacional Martin Short) al pragmatismo yanqui (representado por un empresario tejano que no desentonaría en un capítulo de 'Los Simpson'). Y luego está la frescura con la que el filme interpela al universo pop: incluso el manido "Firework", de Katy Perry, resuena con festiva efectividad.

Puede que 'Madagascar 3: De marcha por Europa' no sea una gran película. El funcionamiento de los gags es irregular —de la impresión de que los chistes dirigidos al público adulto funcionan mejor que aquellos más "inocentes"— y se echa en falta algo más de trama y personajes. Aun así, el filme lleva a buen puerto su cometido: convertirse en el equivalente animado de películas como 'Moulin Rouge' o 'Los ángeles de Charlie: Al límite', una efectiva muestra de esa posmodernidad animada en la que tan a gusto se encuentra la factoría Dreamworks.

A favor: Su efervescente desenfreno.

En contra: A la película no le hubiese venido mal algún tiempo muerto más.