Críticas
2,0
Pasable
Mi hijo y yo

Allez les bleus!

por Eulàlia Iglesias

El deportista retirado Phillippe Guillard debuta en el cine con una reivindicación del rugby visto como algo más que un deporte donde participan dos equipos de quince jugadores, que diría un informe de Nóos. 'Mi hijo y yo' se centra en una antigua estrella local del rugby, Jo Canavaro, un paleta viudo del Languedoc profundo que intenta transmitirle a su retoño la pasión por la pelota que ha corrido por las venas de diferentes generaciones familiares. Pero el deporte no solo funciona, una vez más y como suele reiterar el cine estadounidense, como el espacio social donde convergen los intereses de padres e hijos. Guillard ambienta su película en eso que la jerga jacobina ha bautizado como Midi, un amplio sur donde catalanes, occitanos y vascos intentan mantener sus identidades mermadas por la elefantiásica influencia de París través de peculiaridades como la afición popular al rugby. En el pueblo de la película, este juego se practica con la misma naturalidad con que se improvisa un partido de fútbol en cualquier descampado español.

De buenas a primeras, parece que 'Mi hijo y yo' va a introducir un elemento de discordancia en esta tradición patriarcal e identitaria. El hijo de Jo se revela contra la obligación que le dicta jugar a este deporte desde niño, al tiempo que una empresa anglosajona amenaza los terrenos donde los antepasados del protagonista instalaron el campo de juego y su hogar. Pero no, desafortunadamente no nos encontramos ante un film de algún discípulo de Alain Guiraudie, el cineasta que en films como 'Le roi de l'evasion' subvierte los roles de género e identidad que se suelen atribuir a los habitantes de la Francia meridional. La crisis familiar y social a la que se debe enfrentar Jo no es más que el clásico contratiempo que, una vez superado, le permite afianzar su estatus ante su hijo y la comunidad.

Clásico film de épica deportiva que se adapta a la modestia e idiosincrasia del punto de vista local, 'Mi hijo y yo' va cayendo, a medida que avanza su metraje, en los lugares comunes de la comedia sentimental costumbrista para toda la familia: tenemos al tonto del pueblo entrañable, la extranjera pija que se deja seducir por la autenticidad rústica del protagonista, el amigo simpático y ligón del padre y el amigo simpático y rechoncho del hijo. E incluso una estrella internacional invitada: Darren Adams, jugador neozelandés afincado en Francia. Pero lo más molesto del film es la tolerancia con que se observan temas como la violencia asociada al deporte (sobre todo la ejercida por padres hacia hijos propios y ajenos), el menosprecio a la enseñanza en pro del entrenamiento o la identificación entre rugby y masculinidad.

A favor: Los pocos momentos en que se consigue cierto retrato normalizado de la vida en un pueblo.

En contra: El nada creíble personaje de la empresaria irlandesa.