De la vida de las marionetas
por Carlos LosillaEl deseo infantil satisfecho y el ser inanimado que cobra vida: he ahí dos elementos de cierta narrativa maravillosa que Seth McFarlane, uno de los hombres fuertes de la serie de animación 'Padre de familia', ha tomado como punto de partida para su primer largometraje.
Por supuesto, se trata de una comedia. ¿Por supuesto? De serlo, Ted se perfila como una de las comedias más inquietantes que este crítico ha tenido ocasión de ver en los últimos tiempos. Y contemplarla como película infantil suministra igualmente varias dosis de malestar. Pues he aquí la historia de un niño que, una Navidad de los años ochenta, desea fervientemente que su oso de peluche cobre vida. Lo consigue, el juguete en cuestión se convierte en una celebridad nacional durante algún tiempo y ambos devienen inseparables... Hasta el punto de que, a los 35 años, John (Mark Walbergh) aún no puede decidirse entre la vida estable que le promete su novia Lori (Mila Kunis) y el universo de diversión infantiloide, pasado por las drogas y el alcohol, en el que se ha sumergido su amigo de la infancia.
Si algunas de las comedias americanas contemporáneas obligan a sus personajes a elegir entre la vida adulta y la irresponsabilidad de la infancia y la adolescencia, Ted empieza con este dilema para convertirse en un cuento oscuro, una metáfora sobre la confusión no sólo entre un pasado que se eterniza y una madurez que nunca acaba de llegar, sino también entre un universo mágico cada vez más enrarecido y un mundo real que no satisface nuestras necesidades más primarias. Por eso no se trata de escoger, sino de llegar a un pacto entre ambos mundos que convierta la realidad en el espacio de lo imposible, pero también de la felicidad ideal.
Ted no es precisamente un ejemplo para los niños a los que, en un principio, estaría destinada una película de estas características: su lenguaje no resulta apto para menores, consume toda clase de sustancias estupefacientes y frecuenta la compañía de prostitutas. Ted, por lo tanto, representa la degradación de los sueños infantiles, o quizá su lado oscuro, aquello que se oculta tras la inocencia atribuida a ese universo. McFarlane juega con esta contradicción presentando su película como un cuento de Navidad (narrado con su propia voz en off) que de repente se transforma en una pesadilla en la que los iconos de los ochenta reaparecen una y otra vez para negar el acceso al presente. En este sentido, la escena de la fiesta con el protagonista de 'Flash Gordon', la película preferida de Ted y John, se transfigura en un slapstick absurdo por el que se entrevé la destrucción del decorado y la autodestrucción de los protagonistas. Y la parte final, concebida como una versión enfermiza de 'ET', incluye un par de personajes, un padre (Giovanni Ribisi) y su hijo, en los que Ted y John pueden verse reflejados como representación infernal de sus respectivas identidades, dos marginados que han vivido obsesionados con la historia del oso y han convertido su posesión en su objetivo vital.
McFarlane construye su película por oposiciones. Las escenas "realistas" con Lori se alternan con las escenas en las que John comparte su tiempo con Ted. Cuando ambas se entrecruzan –la cena de parejas, por ejemplo— se produce el cortocircuito. No parece haber posibilidad de conciliación. Y, sin embargo, ese es el objetivo, pues no se trata de renunciar al pasado, sino de integrarlo simbólicamente en el presente. De la misma manera en que no se trata de hacer una comedia, sino de adentrarse en el género para rebuscar en su interior. Por eso puede que 'Ted' recurra demasiado al tópico y al estereotipo, pero lo hace con una autoconciencia tal que termina desactivándolos, convirtiéndose en una fábula atribulada sobre un país que todavía está buscándose a sí mismo.
A favor: Una complejidad mucho más subversiva de lo que parece.
En contra: Una cierta timidez a la hora de exponerla.