Un paraíso ultrajado
por Carlos ReviriegoEl cine del filipino Brillante Mendonza siempre busca una suerte de inmersión total en la experiencia que propone. En 'Serbis' (2008), probablemente su mejor film, recorrimos el laberinto sensual y sentimental de una vieja sala de cine porno en Manila, y en 'Kinatay' (2009) su prosa claustrofóbica nos deparó una de las experiencias más impactantes y oscuras de los últimos años, mediante la violenta crónica nocturna de un policía novato en la capital filipina que se ve arrastrado por la endémica corrupción. Ahora, en 'Cautiva', también nos sumerge en otro entorno perturbador, teñido de violencia y desesperanza, el de los doce turistas que fueron secuestrados por terroristas islámicos (invocando a Bin Laden) en un complejo hotelero de la jungla filipina en mayo de 2001, unos meses antes del aciago 11-S. El secuestro de las víctimas, visto sobre todo a través de los ojos de la misionera francesa Thérèse Bourgoine –una Isabelle Huppert que desde luego no entrega una de sus interpretaciones más memorables–, se quiere equivalente al secuestro del espectador durante los 120 minutos en que el film condensa un cautiverio nómada que se prolongó más allá de siete meses.
Navegando de isla en isla, de jungla en jungla, bajo el radar en todo momento del ejército filipino, cuyas operaciones de rescate se frustraban una y otra vez, el objetivo de 'Cautiva' pasa desde el primer minuto por transmitir las contrapuestas sensaciones de las víctimas, hacer al espectador partícipe de la ansiedad, el terror y la incertidumbre respecto al destino de sus vidas. Mendoza insiste en una caligrafía de planos cerrados, en un montaje tembloroso, que alterna la filmación de los ineficaces asedios del ejército y la convivencia de raptores y rehenes con algunos momentos de extasiada comunión con la naturaleza salvaje que les rodea. El síndrome de Estocolmo se va abriendo paso y las muestras de afecto asoman en una dinámica de cruel dominación y de impotente sumisión. Guerrilleros islamistas y turistas cristianos se ven enfrentados a una fuerza enemiga superior: la supervivencia en la jungla.
Ahí entran en juego las resonancias atávicas que el film pone en forma. Mendoza contrasta la desquiciada historia y la violenta cultura filipinas con la belleza natural del país. Es como si tratara de hacer convivir la prosa de Werner Herzog y la poesía Terrence Malick en la misma película. Así, los insertos de exótica vida animal se ofrecen como imágenes del paraíso ultrajado por los hombres. La película cumple magníficamente su función cuando pisa el territorio de la incertidumbre y la ansiedad, cuando lidia con escenas físicas. En la secuencia de arranque que relata el secuestro nocturno de los turistas, por ejemplo, o en los enfrentamientos entre el ejército y los rebeldes (en un hospital, en un poblado o en la jungla), filmados con seco y cruel realismo. Pero el desarrollo de las interacciones humanas y las digresiones metafóricas del filmenunca logran expresar con seducción visual o emocional la espiritualidad que, en ocasiones, pretenden.
La idea de montar alternativamente el sangriento tiroteo en un hospital con el nacimiento simultáneo de un bebé (la filmación de un parto real) es eficaz en el terreno de las ideas, si bien no tanto en su dimensión emocional. En general, esa sensación se perpetúa a lo largo del film. Lo que no impide en todo caso que el director filipino, en la que sea probablemente su película menos extrema en términos formales, y también la de recorrido dramático más convencional, logre una vez más sumergir al espectador en una atmósfera de incómodo desconcierto. Pero si en ocasiones anteriores (y con mejores resultados) ha privilegiado los efectos sensoriales sobre el drama, ahora parece haber invertido los términos.
A favor: Que Brillante Mendoza trate de integrar su embaucador estilo autoral en una producción convencional, de alcance internacional.
En contra: El desapego y la burocrática interpretación de Isabelle Huppert.