Críticas
3,5
Buena
La cueva de los sueños olvidados

En busca del ‘homo spiritualis'

por Carlos Reviriego

Si el cine consiste en viajar, el aventurero Werner Herzog debería ser el mayor de los cineastas, pues ha emprendido el viaje más remoto, el que nos traslada al mágico origen del arte. En ‘La cueva de los sueños olvidados', este consumado antropólogo alemán –para quien el cine es una herramienta de exploración de la condición humana, perfectamente manifiesto en algunos de sus filmes más recientes como ‘Grizzly Man' (2005) o ‘Encuentros en el fin del mundo' (2007)– recorre con una cámara estereoscópica el interior de la cueva de Chauvet (Francia), que permanecía completamente aislada del mundo hasta que en 1994 un grupo de científicos descubrió en su interior cientos de pinturas rupestres en perfecto estado. Con más de 30.000 años de antigüedad, casi el doble de edad que cualquier otra pintura conocida, las obras, que lucen como si se hubieran pintado ayer, se remontan a la Edad de Hielo, y arrojan importantes descubrimientos sobre los usos, costumbres y creencias de nuestros ancestros neardentales. En definitiva, son la primera prueba de que el ‘homo sapiens' era un ser espiritual, que lo distinguía del resto de depredadores en la Tierra.

Herzgo filma su exploración en 3D no sólo para establecer un claro vínculo temático entre la forma y el fondo de la película –glosando el mito de la caverna de Platón, es decir, la propia naturaleza del cine, el arte de las sombras en movimiento–, sino para capturar la belleza y las rugosidades de lugar tan sobrecogedor, como si fuera una exploración digna de Julio Verne a un mundo de imágenes prehistóricas que el 3D nos permite habitar como si estuviéramos allí. Ríanse del empleo de la tecnología tridimensional en las supreproducciones de Hollywood. En ‘La cueva de los sueños olvidados', al igual que ocurría en la memorable danza filmada de Wim Wenders (‘Pina 3D'), el ilusionismo espacial acaba emergiendo como condición indispensable de la propuesta.Varios montajes de las imágenes de las pinturas –caballos, búfalos, bustos femeninos. Etc.–; tomadas bajo distintas incidencias de luz y múltiples ángulos, adquieren una cuaidad espiritual con la que Herzog también quiere revestir su película, pero lo hace con su habitual tendencia al cine-prosa, desde la humildad y la mirada asombrada del visitante.

Pero el filme no sólo se encierra en la cueva durante la mayor parte de su metraje, como si fuera una visita a la pinacoteca o al museo natural más ancestral de cuantos se conocen, sino que, como acostumbra en su obra, Herzog elabora con su característica "voice-over" un discurso en torno a sus mensajes cifrados, que refuerza con el retrato de los curiosos y privilegiados visitantes de la cueva: paleontólogos, arqueólogos, científicos, artistas, etc.A Herzog le ha sido concedido por el Gobierno francés el privilegio de documentar un hallazgo de valor histórico inconmensurable, pues las pinturas sólo podrán ser contempladas por nosotros los mortales a través de su película (por obvios motivos de preservación, las cuevas están cerradas al público), de manera que el alemán, prolífico y concienzudo cineasta, no ha desaprovechado la oportunidad de entregar una de sus obras más indispensables.

A favor: La emoción y fascinación con las que, en un plano secuencia irrepetible, Herzog se adentra por primera vez en la cueva.

En contra: Algunos tramos del filme se extravían en las formas más normativas (incluso académicas) del documental de ciencias naturales.