Críticas
4,0
Muy buena
Shame

Culto al cuerpo

por Paula Arantzazu Ruiz

Como sucedía en 'Hunger' (2008), el artista visual y cineasta Steve McQueentoma en 'Shame' el cuerpo extenuado como centro del relato cinematográfico.No uno cualquiera, sino otra vez el de Michael Fassbender, actor y guaperas demoda intérprete a su vez del debut del director. Entre uno y otro largometrajelos vínculos crecen tal que una enredadera, como si el tratamiento de lo físicoen el segundo ejerciera de contraplano del segundo. Ciertamente, podríamosinterpretar una correlación entre esa mirada perdida que clausura 'Hunger' con laque inaugura la siguiente y preguntarnos cuál de ambas es más libre, cuál está másviva: la que se ha dejado la piel por sus convicciones o la que expande su placer sinlímites en un loop compulsivo y sin final.

Es precisamente bajo la estructura de la espiral como presenta McQueen aBrandon (Fassbender), un tipo guapo, bien situado y adicto al sexo. Pocas cosasmás excitantes han tenido lugar en la pantalla blanca durante 2011 que eseprimer tramo del filme: Brandon saliendo de la cama, en el metro coqueteandolascivamente con una chica, varios mensajes de voz, una llamada a una prostituta,un plano medio en el que le pide que se baje las bragas... En apenas diez minutos lainformación se ofrece al espectador en una serie de imágenes que se yuxtaponen increscendo, en completa sintonía con una dramática partitura que arrastra al oídoy la vista hacia un punto muerto, en suspensión, un momento de vacío hasta que lacompulsión del deseo vuelva a hacer acto de presencia. Ese ritual de repetición decarne y goce se ve interrumpido por Sissy, hermana de Brandon quien aparece deimprovisto en el apartamento del joven. La confrontación entre el cuerpo apolíneopero enfermo de Brandon y el tortuoso pero valiente de su hermana provocarálas consecuentes fricciones: de la vergüenza a la que alude el título al descensodantesco por los propios infiernos sexuales del protagonista.

De nuevo como tenía lugar en 'Hunger', el tercer acto ejerce de sinfonía táctil haciael éxtasis y la muerte, la agonía y la resurrección. Podría acusársele a McQueende gesto vago a la hora de pensar los escenarios infernales del protagonista,de cierta moralina cuando plantea esos encuentros sexuales anónimos, pero elespectador de largo alcance adivinará en éstos una puesta en escena tan intensacomo fuertemente arraigada en los códigos de representación de la caída y de laascensión, códigos contrapuestos que, no obstante, se necesitan el uno del otrocomo el Eros y el Thanatos. Así, McQueen, quien conoce al dedillo la tradicióniconográfica del deseo, maneja las figuras con soltura y las dibuja fuera del lugarcomún del sexo mediado. Aquí, por el contrario, el deseo semuestra en toda su ambigüedad: tan dañino como esplendoroso. Como el mismocuerpo de Brandon: placentero pero autodestructivo.

Para finalizar, un apunte. Si en 'Un método peligroso', David Cronenberg situabaen el cruce de palabras entre Fassbender y sus partenaires la simiente del deseo,McQueen invierte el discurso para exponer una pulsión fuera de terapias, sinargumentos, por tanto, sin apenas palabras, y con el culto al cuerpo como vehículoante la frustración de la incomunicación emocional. Otro bonito contraplano que,junto al de Nicolas Provost en 'The Invader' (2011), sigue sumando este trabajo.

Lo mejor: La precisión visual de Steve McQueen y, por supuesto, la precisióncorporal de Michael Fassbender.

Lo peor: Una historia que puede ser interpretada como moralista.