La memoria no perdona
por Carlos LosillaEl espía (2007), la segunda película de Billy Ray como director, era la crónica a la vez sobria y amarga, distante y melancólica, de una vida devastada, la de un funcionario del FBI atrapado en las redes de la guerra fría. Ray ha tardado casi diez años en situarse de nuevo tras la cámara, y parecería que su nuevo trabajo pudiera recoger el testigo del anterior allí donde lo dejó, pues El secreto de una obsesión (2015) vuelve a poner en escena a un personaje ambivalente, en esta ocasión un agente de la CIA que vuelve a la palestra para cerrar un caso que le afectó hasta el punto de provocarle una catastrófica parálisis laboral y vital. Ocurre, sin embargo, que la película arrastra un lastre: es el remake de El secreto de sus ojos (2009), la engolada, altiva, solemnísima película del argentino Juan José Campanella que ganó el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa en su momento y que el propio realizador ha adaptado para la ocasión junto a Ray. Y eso le pesa hasta el punto de neutralizar parcialmente sus aciertos, que los tiene, pero que quizá hubieran sabido alzar el vuelo de manera más libre y espontánea de no haber mediado ese referente.
En efecto, el personaje que aquí interpreta Chiwetel Eijofor es también un hombre fatalmente condicionado por un trabajo de funcionario del gobierno que no puede disociar de su vida personal, como le pasaba al Chris Cooper de El espía. Y la forma que adopta Ray para narrar esta historia resulta ser a la vez pausada y reflexiva, como si el pasado del personaje no le permitiera rehacer su presente, marcado por el asesinato de la hija de una compañera (Julia Roberts) que no supo resolver, así como por una relación sentimental con una superior (Nicole Kidman) que terminó en estrepitoso fracaso. Ray respeta las normas del thriller clásico, más bien escorado hacia el modelo años 70, y prioriza las relaciones de los personajes por encima de la acción, pero ni siquiera de este modo vence las insuficiencias de una historia inverosímil, forzada, artificial, que ni su sentido del detalle ni su voluntad de estilo consiguen doblegar.
No obstante, hay algo en El secreto de una obsesión que también estaba en El espía y que la aleja de cualquier tipo de banalidad. Moviéndose en el espacio de trece años, entre las consecuencias más inmediatas del 11-S y las postrimerías de la era Obama, no se puede negar que la película logra captar un cierto sentimiento de decadencia, de ocaso, incluso de paranoia, que condiciona tanto las acciones de los personajes como lo que suponen metafóricamente para un país confuso y en estado de trance. Si todo eso se hubiera conseguido plasmar en una trama más convincente, o menos rígida, otro gallo les cantara a Ray y a todo su equipo. Tal como ha quedado, no puede decirse que se trate de un producto de la industria hollywoodiense más convencional, pero tampoco logra prolongar las esperanzas que muchos habíamos depositado en Ray a propósito de El espía.
A favor: Un cierto clima, un tono que juega al margen de la historia y logra ser más interesante que la propia trama.
En contra: Ni siquiera los (¿eminentes?) actores consiguen dar credibilidad a una serie de acontecimientos que, más que desarrollarse, a veces se atropellan.