Scarlett infinita
por Paula Arantzazu RuizLucy, el inesperado y estupendo blockbuster estival de este 2014 -firmado por Luc Besson e interpretado por Scarlett Johansson-, tiene dos momentos extremadamente conmovedores. El primero llega cuando la protagonista irrumpe en una sala hospitalaria desde donde llama a su madre mientras está siendo operada del estómago, y en primerísimo plano contemplamos al personaje de Scarlett Johansson en sus últimos (y emotivos) minutos como humana, al menos tal y como conocemos al ser humano hasta ahora. Besson se recrea en su rostro, en su mirada perdida mientras ella detalla a su progenitora recuerdos de su infancia, sabiendo que a partir de ese instante ya no volverá a ser la misma. El siguiente gran cénit de Lucy es el encuentro cara a cara con un insospechado ancestro humano en una parada de un viaje en el tiempo y en el espacio, clímax absoluto de esta película que multiplica un buen número de referentes sci-fi y al mismo tiempo se erige como un extraño mito fundacional que en última instancia nos habla de quiénes somos y, quizá, de adónde vamos.
Besson corría el peligro de convertir su Lucy en un imposible y ridículo pastiche post-posmoderno, pero el resultado de su osadía vale mucho la pena. Corre por las redes sociales una nota supuestamente del propio director donde explica que Lucy es en su arranque una nueva versión de León, El profesional, sumada a Origen, de Christopher Nolan, y que hacia el final del relato aspira al mismo alcance que 2001: Una odisea en el espacio, del genial Stanley Kubrick. Pues bien, el largometraje no sólo agrupa esas películas, sino que en Lucy aún resuenan otros muchos trabajos, desde la serie Dollhouse (Joss Whedon, 2009-2010) hasta la reciente Transcendence, de Wally Pfister, sin dejar de lado un buen número de largometrajes que se preguntan por la mutación de nuestra mente vía el desarrollo tecnológico o mediante las drogas, como sucede en Sin límites (Neil Burger, 2011). En esa película la sustancia que precipitaba la aventura era el NTZ, gracias a la cual el personaje de Bradley Cooper se convertía en un superdotado que trata de sacar provecho económico de su cerebro hiperactivo; mientras que en Lucy, no obstante, se trata de una síntesis química de una hormona natural y el objetivo de la protagonista no es de carácter crematístico, sino más profundo. Al menos, todo lo hondo que permite un largometraje con locas y arrolladoras persecuciones por París y con un capo de la mafia taiwanesa dispuesto a cualquier cosa con tal de finiquitar a nuestra heroína (Choi Min-sik recordándonos porqué es uno de los favoritos de Park Chan-wook).
Lo mejor de la función es, con todo, Scarlett Johansson, que va a retirarse del foco público para ser madre regalándonos una serie de personajes a cuál más estremecedor, especialmente el de la alienígena Laura de Under the Skin y esta Lucy ultradimensional y visionaria. Pese a los distintos tonos y diversidad de sensibilidades, no es difícil observar las correspondencias entre una y otra (jamás hubiéramos imaginado yuxtaponer el cine de Jonathan Glazer y el de Luc Besson); algo que enriquece sobremanera la trayectoria de la actriz y la confirma como el cuerpo de acción y por el que transitan otro tipo de intensidades del cine de esta mitad de década, tomándole el testigo, además de a las magníficas protagonistas de la filmografía de Besson, a la otrora superheroína Angelina Jolie (¿cómo olvidar su presencia infalible merced la hipérbole digital en trabajos como Tomb Raider, Wanted y Salt?). Divertida, portentosa y emocionante, Lucy va y también nos lleva muy lejos.
A favor: Scarlett, cerrando el círculo de un conjunto de personajes fuera de lo común. Y el sello EuropaCorp de la película.
En contra: Que al personaje de Lucy se la quiera ver como una arma de matar, cuando en realidad es mucho más.