Sacrificio
por Quim CasasTras su muy plástica (aunque poco trascendente en cuanto a la cotización autoral) trilogía de artes marciales formada por 'Hero', 'La casa de las dagas voladoras' y 'La maldición de la flor dorada', Zhang Yimou inició una nueva y errática etapa conformada por títulos como su remake de 'Sangre fácil' de los Coen, la atribulada 'Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos', y un regreso a su vena más dramática ambientada en la revolución cultural, 'Amor bajo el espino blanco'.
Siguiendo el estertor histórico de su país, Yimou se instala ahora en el conflicto chino-japonés para relatar en 'Las flores de la guerra' un drama de convicción ética y, sobre todo, sacrificio. La acción acontece en 1937 en la ciudad de Nankin, último reducto ante el avance de las tropas japonesas. En el interior de la iglesia católica de la ciudad se produce un atractivo antagonismo: John Miller, el enterrador arribista que encarna Christian Bale –Yimou debió pensar en él tras ver las partes más místicas y orientales de la saga batmaniana de Christopher Nolan– acaba adoptando la figura protectora del sacerdote y se enfrenta con los japoneses para salvar a las adolescentes estudiantes del lugar y a las prostitutas que han encontrado refugio en la iglesia.
Parece un símil de arriba y abajo, y bien llevado. Las jóvenes vírgenes contemplan el mundo que se desmorona desde la parte alta del edificio, mientras que las prostitutas se esconden en el sótano. Ambas categorías, y por distintas razones, son objeto de deseo de los soldados japoneses, sedientos de sexo y colmados de odio. La virginidad de las estudiantes y la experiencia de las prostitutas. Dos mundos que no colisionan porque se necesitan el uno del otro mientras el personaje de Bale actúa como bisagra. La historia, bien compensada, tiende hacia un acto de contrición final y una epifanía (en el sentido religioso pero también dramático del término) que conlleva la asunción del sacrificio. La parte final es muy bella porque sabe pulsar las cuerdas trágicas sin recurrir a noñería alguna ni a los toques enfáticos. El sacrificio está bien delimitado; los planos de Miller rejuveneciendo a las prostitutas para que se hagan pasar por las estudiantes en ese sacrificio final son de lírica contención.
Por ubicación y utilización de un decorado inalterable como la misión católica en una zona lejana de guerra, la película de Yimou puede recordar a filmes hollywoodienses como 'Siete mujeres' de John Ford y 'Satanás nunca duerme' de Leo McCarey, curiosamente las obras póstumas de sus dos directores; el rastro dramático es similar aunque en aquellas películas hubiera una colisión cultural, política y moral bien distinta. También hay ciertos paralelismos, incluso visuales, con 'Ciudad de vida y muerte', el filme de Lu Chan ambientado en la misma localidad y en idéntico momento histórico. En ambas producciones chinas, la de Chan y la de Yimoy, se muestra no tanto la sinrazón de la guerra cuanto el modo en que emergen tanto las reacciones más estimables del ser humano como las más repulsivas. Situaciones límite que provocan actos límite.
A favor: la concentración y coherencia del sentido dramático del relato.
En contra: algún efectismo estético –ralentis sanguinolentos– en las escenas de violencia.