Críticas
3,0
Entretenida
La mirada del amor

De entre los muertos

por Carlos Reviriego

La figura del doppelgänger es tan longeva como fascinante. Algunos cineastas como David Lynch han dedicado una porción muy relevante de sus creaciones precisamente a explorar duplicidades y  desdoblamientos de identidad, y no son pocas las obras maestras que se han lanzado a esa pendiente metafísica con resultados memorables. El año pasado, en la tradicional encuesta que realiza cada diez años la revista británica Sight & Sound entre críticos de todo el mundo, Vértigo, de entre los muertos le robaba la primacía que hasta entonces, y durante medio siglo, había ostentado Ciudadano Kane como la mejor película de la historia. Signo de nuestros tiempos, en los que la cinefilia sintoniza más con creaciones que dejan espacio al espectador para completar significados que con artefactos herméticos y perfectos, la naturaleza abierta y fantasmagórica de una obra tan arty como a su modo es la de Hitchcock se imponía a la magnificencia y rotundidad expresiva de Orson Welles. El segundo largometraje de Arie Posin (Historia de un secuestro, 2005) no ambiciona desde luego colocarse a la altura de Vértigo, y en consecuencia desde su inicio toma una de sus secuencias más memorables –el flaneado por un museo como zona de "encuentro" con la figura duplicada– para rendir su particular tributo a la cinta del maestro.

Nikki (Anette Benning) espía a un hombre en el museo, completamente atónita  ante el extraordinario parecido físico con su marido Garret, que murió trágicamente hace cinco años. El hombre se llama Tom (Ed Harris), es un profesor de arte y se interesa por ella, enamorada no tanto de él sino de lo que representa. Comienzan una relación bajo el secreto bien guardado de Nikki, que en realidad persigue una sombra, un recuerdo, la proyección del amor que vivió intensamente con su difunto marido. Regresa a esos lugares en los que fue feliz junto a él, aunque Tom no sabe nada. Nikki trata de ocultar por todos los medios que su entorno les vea juntos. El trauma, sobre todo para su hija, sería brutal. Bajo este secreto, la realidad se envenena. Nikki desarrolla una psicopatía en la que las pasiones en juego adquieren un componente mórbido. Nikki vive una fantasía. Es la vertiente más interesante del film, debidamente sostenida en el relato, que sabemos que en determinado momento llegará a ese punto en el que estallan todas las tensiones, cuando la verdad salga a la superficie.

Trasladada a la contemporaneidad, Polsin imprime a la historia, con buen criterio, el aura melodramática de los años cuarenta y cincuenta, con una espléndida Anette Benning recuerda las interpretaciones de las grandes damas del género, de Jane Wyman y Joan Fontaine a Jennifer Jones, con tributo final a la inolvidable Retrato de Jennie, de William Dieterle. Su alianza con Ed Harris en la pantalla depara los momentos más gloriosos de la película, que confía en la magia de ambos intérpretes, capaces de sostener con su trabajo la verosimilitud de una fábula que se antoja más fantástica que realista. Los papeles secundarios deparan un fuerte contraste entre la irrelevancia del personaje interpretado por Robin Williams, un viejo amigo, secretamente enamorado de Nikki, y la trascendencia dramática de la hija de la viuda (Jess Weixler), que protagoniza la secuencia más determinante del film, aquella en la que el entuerto podría haber tomado caminos menos atractivos. Una película plenamente disfrutable, que no ingresará en la lista de la cinefilia, pero que obtiene aquello que ambiciona, sin grandes pretensiones pero trascendiendo lo que las apariencias prometen.

A favor: La electricidad que se genera entre dos grandes actores que nunca habían trabajado juntos: Anette Benning y Ed Harris.

En contra: Un desenlace precipitado y la sensación de que el drama podría haber dado más de sí.