Vidas que no se cruzan
por Quim CasasLa desnudez de formas a la que tiende desde hace años el cine de Woody Allenalcanza su máxima expresión en 'A Roma con amor', otra visita irónico-turística auna ciudad europea –como antes fueron París, Londres o Barcelona– planteada comoun retablo humano, unas short cuts que no llegan a ser vidas cruzadas pese a que laestructura remita perfectamente a la de este tipo de narrativa cinematográfica.Roma, fotografiada con luz quemada aunque sacando en cada plano exterior uno desus edificios o monumentos distintivos, es el nexo de unión, el espacio que habitandurante un tiempo, el que dura el film, una serie de personajes en busca del amor, lacomprensión, el éxito o la simple y necesaria estabilidad.
Cuatro son las historias. Un guardia de tráfico, casi inexpresivo frente a un accidenteque tiene lugar ante sus narices (aunque fuera de campo: la elisión como gag), pareceactuar al principio como maestro de ceremonias, pero nada más lejos de la realidad.Allen juega con los puntos de vista y los comentarios a pie de página –algo queempleó muy bien con el coro griego de 'Poderosa Afrodita'– y no duda en recurrir aelementos casi de relato fantástico, aunque la comedia, en el fondo y aunque parezcatan realista como la de Allen, siempre tiende a la fantasía.
Así, el veterano arquitecto californiano que pasó un año de su juventud en elTrastevere romano, excelente Alec Baldwin, cumple la función de fantasmáticocomentarista/oráculo de las vicisitudes que vive un joven enamorado de la neurótica yseductora amiga de su novia, un personaje que está y no está, que aparece en el planopero atañe solo a la imaginación del joven, como el Humphrey Bogart imaginadode 'Sueños de seductor'.
También la historia protagonizada por el propio Allen tiene algo de fantástico,aunque sin llegar a la cualidad de 'Zelig' o 'Alice': el director encarna a unproductor musical, hipocondriaco como no podía ser de otra manera, que se obsesionacon la voz de tenor del padre romano de su futuro yerno; pero como éste solocanta bien cuando se ducha, no se le ocurre otra cosa que montar "revolucionarias"escenografías en las que el cantante en cuestión aparece siempre duchándose mientrascanta o apuñala a sus enemigos en pleno crescendo operístico. Una imagen sin dudafantástica, por no decir surreal, en contextos absolutamente realistas.
'A Roma con amor' está llena de desafíos ingeniosos de este tipo –añádase eltratamiento del episodio con Roberto Benigni, un anónimo y humilde ciudadanoconvertido en estrella mediática por arte de magia: Allen juega aquí felizmente ala abstracción pura y dura, libre de todo prejuicio narrativo– y lugares comunes enel cine del autor: la historia del tímido provinciano y la prostituta encarnada porPenélope Cruz, la de la esposa del joven con una estrella de cine o la del falso deseoque representa la volátil Ellen Page ante el siempre indefenso Jesse Eisenberg, el granactor estadounidense de su generación.
A favor: La fluidez con que se pasa de una historia a otra, la contención de todo elreparto.
En contra: cierto desaliño formal que empieza a convertirse ya en sello distintivo delúltimo Allen.