Tierra de resistencia
por Paula Arantzazu RuizHabría que pensar 'Terraferma', el cuarto filme del italiano Emanuele Crialese, partiendo de la idea del paso del tiempo. La película, de alguna manera, nos habla de los años que han transcurrido entre ésta y 'Respiro' (2002), el segundo trabajo del cineasta: ambas tienen lugar en una isla de las Pelagias (la primera en Lampedusa, la segunda en Linosa) y también ambas comparten personaje, Filippo, un rostro de pecas y pelo rojo, interpretado por Filipo Pucillo. No es difícil imaginar al protagonista del largometraje actual como aquel niño revoltoso que en 'Respiro' cantaba junto a Valeria Golino 'Bambola', de Patty Pravo. El tiempo ha pasado, sí, pero Filippo sigue igual de asilvestrado que entonces. Y en una isla. Del mismo modo, si aquella finalizaba con un plano submarino en contrapicado, ocupado por los cuerpos de los protagonistas flotando en el mar; con un plano en contrapicado desde el mar, vacío de piernas, arranca este nuevo trabajo, como si esa imagen acuática que ejerce de telón en una y otra nos mostrara la fluidez del discurrir de los años.
Las semejanzas entre los dos filmes concluyen aquí, porque lo que Crialese pretende en 'Terraferma' es deshacer esa idea de comunidad, de comunión y nueva vida con la que resolvía 'Respiro'. El sur de Sicilia ya no es aquel espacio trenzado por la cohesión social, sino que, precisamente con el paso del tiempo, todo eso se ha desintegrado. No en vano el largometraje enseguida nos muestra un funeral. Y es que esa "terra ferma" a la que alude el título ha quedado conformada como un escenario baldío, frontera destinada a la invasión: primero tomarán tierra los turistas, esa nueva economía del ocio que transforma la fisionomía de la isla; luego vendrán los extranjeros clandestinos. En la figura de una joven inmigrante etíope que da a luz en el trastero de la familia de Filippo, dice Crialese, volverá a nacer la idea de comunidad y tradición que tanto defienden Filippo y su abuelo, y contra la que se oponen su tío y su madre. El cineasta, capaz de poderosísimas imágenes, nos enseña un barco sobrecargado de turistas, bailando y bebiendo en su cubierta, ajenos al drama de los clandestinos que ocupa subrepticiamente el relato, y con ello señala la polarización moral que tiene lugar en la isla.
Así, entre el abandono al capitalismo voraz y la idea de resistencia, Crialese plantea una crónica de corte poético e hipérbole costumbrista, alejada, pues, del tono neorrealista en la que algunos pretenden encasillarla, para honrar a una tierra en la que, a pesar de su aislamiento geográfico, gravitan en demasía los cambios económicos globales. La intención puede parecer pretenciosa, incluso demasiado bienintencionada, ingenua, pero de lo que no puede acusársele es de evitar el compromiso. Nadie sabe hacia donde lleva ese compromiso, recalca el final de la película, pero hay decisiones, insiste a modo de moraleja, que no se miden por sus resultados.
A favor: El empaque visual del filme.
En contra: La escena en la que llegan a playa los cuerpos de un grupo de clandestinos, rodada en un ralentí innecesario.