Trampantojos
por Paula Arantzazu RuizDanny Boyle es un tipo con suerte. No en vano el azar ha copado gran parte de su filmografía -desde 'Una historia diferente'. a 'Slumdog Millionare (2008), sin olvidar 'Millones' (2004) o incluso 'La playa' (2000)-; algo que invita a pensar cuánto de aleatorio hay en su cine y cuánto de premeditado. 'Trance', su último trabajo, invita a esta reflexión quizá más que ninguna de sus anteriores películas.
'Trance' comienza como 'Trainspotting' y concluye con una imagen muy similar a la del final de 'Sunshine'. Es decir, arranca endiablada y acaba en extásis y con un sacrificio, un camino narrativo sin lugar a dudas de poderosas connotaciones católicas (Boyle fue educado en el más estricto catolicismo) que nos haría sospechar si no fuera porque la cinta, por suerte, alardea de ser un tanto profana. Para empezar, porque su gran protagonista es una potentísima Rosario Dawson, quien se apropia de la pantalla y del corazón de sus partenaires (además del de Boyle en la vida real), llevando el arquetipo de la femme fatale de personalidad telúrica hacia terrenos plásticos muy interesantes. Su personaje. Elizabeth, trabaja como hipnotista y ahí Boyle nos a muchas claves para comprender a esta 'bruja' contemporánea, figura que se debate entre lo que debe y lo que quiere hacer, entre el personaje de Simon y el de Franck, ejerciendo de eje de un triángulo amoroso que esconde un oscuro motivo, un esplendoroso cuadro de Francisco de Goya titulado, no casualmente, 'Vuelo de brujas'.
Toda la cinta está repleta de claves que funcionan como trampantojos, recurso que, en última instancia, no le es ajeno a Boyle, un cineasta a quien le gusta golpear con impactos visuales la retina del espectador, como si fuera un ilusionista que cree ser más listo que su público. Aquí, no obstante, Boyle se entrega como pocas veces antes y consigue un mecanismo "tramposo" tan fuerte visualmente como entretenido. Algunos acusarán a Boyle de disfrazarse de Christopher Nolan con una cinta en la que el suspense, del mismo modo que sucedía en 'Origen', tiene lugar en la mente del protagonista. Sin embargo, el de Manchester juega con un as en la manga: su inmejorable conocimiento del nuevo Londres, zona donde ocurre gran parte de la película. Filmada mientras preparaba la dirección artística de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, Boyle sabe sacarle gran partido a esa nueva urbe sofistica y enseña un Londres como si fuera un enjambre de neón que dibuja un mapa neurosensorial calco de la sociedad de la información hipertecnificada a la que estamos abocados irremediablemente. ¿Golpe de suerte o intuición artística?
Sea como fuere, en 'Trance' el cineasta vuelve a incidir en lo inevitable del destino y en los inescrutables caminos del azar. Cierto es que la historia de la película alcanza cotas demasiado rocambolescas e inverosímiles, especialmente en su tramo último, y ahí es donde las fisuras del cerebral relato comienzan a abrirse, los trampantojos de Boyle empiezan a desdibujarse. Y es que resulta complicado sostener un artificio así, incluso para un tipo que tiene la fortuna de su lado.
A favor: Rosario Dawson y algunas propuestas visuales de la película.
En contra: 'Trance' tiene un 'gap' narrativo tan grande como la Catedral de San Pablo.