El camino del panda
por Alberto LechugaNo hay más que atender al sustancial cambio de escenario entre el Karate Kid original y su remake de 2010 para entender que Hollywood ya no quiere que le visiten las artes marciales, ahora quiere implicar al gigante chino yendo hasta su puerta. ¿Cómo se refleja esto en Kung Fu Panda 3? De entrada, la nueva aventura del heróico panda es ya la primera película co-producida junto a Oriental Dreamworks, compañía hermana de DWA que nace como modelo de expansión al mercado asiático, enfocada a la producción de contenido con temática próxima a la cultura china. Pero más allá, podemos leerlo también como la razón que impulsa lo mejor y lo peor de esta tercera entrega: su sorprendente incursión en el terreno del wuxia… y el agravio compensatorio en forma de plus de comedia gruesa 100% norteamericana.
Sirva la primera escena en la que vemos al oso gordinflón en pantalla en esta tercera entrega para ejemplificar los dos pilares básicos sobre los que se sustenta la saga Kung Fu Panda: movimiento y ruptura de las expectativas. Y del baile entre ambos surgen sus mejores escenas. Los Cinco Furiosos y Po avanzan vertiginosamente por los tejados del Valle de la Paz, dando volteretas, saltos y toda clase de gestos acrobáticos hasta que confluyen en un plano fijo ralentizado en el que cada uno adquiere su mejor pose de batalla, al modo de las icónicas splash-page de los tebeos de superhéroes. El ímpetu de la carrera hace prever que los héroes corren con urgencia a poner fin a alguna situación de peligro, hasta que nos damos cuenta de que, en realidad, es la hora de la comida y el fin de trayecto es un puesto de comida rápida. El universo Kung Fu Panda se apoya así en un principio básico de placer cinematográfico: el movimiento. Los personajes se desplazan constantemente de un lado a otro, el intercambio de golpes de artes marciales se sucede a ritmo frenético, y la cadencia de los movimientos es tan variada como distintas son las especies de animales que conforman su fauna. Es, efectivamente, en las espectaculares escenas de acción donde Kung Fu Panda 3 alcanza su mayor potencial: la batalla inicial frente a los guerreros de jade está a la altura de las set-pieces de acción cómica de Jackie Chan (que, no olvidemos, pone voz a Mono desde la primera entrega), el clímax en el poblado panda es imaginativo y con una planificación espacial encomiable y el abrazo a la cultura popular china permite a Jennifer Yuh y su equipo jugar con planteamientos plásticos muy refrescantes, inéditos en un blockbuster animado.
Felizmente, y contra todo pronóstico, la saga Kung Fu Panda se adentra en las posibilidades de la narrativa wuxia hasta configurar un héroe y una mitología propias que pueden ya mirar de frente a cualquier otra saga épica de la cartelera. En el hecho de que este panda glotón sea cada vez más connoisseur del kung fu también es significativa la presencia, ya desde la segunda entrega, de la figura de Guillermo del Toro como consultor creativo. No obstante, quizás por miedo a perder el punch entre el público medio occidental al que el cine de artes marciales le suena a chino, a mitad de trayecto Kung Fu Panda 3 pisa el freno y acaba algo estacada en un show de pandas al servicio del chiste fácil que solo funciona de manera intermitente y que no cabe más que interpretar en clave de correctivo conservador.
Pero aunque el estudio se preste a la indefinición de tono, Kung Fu Panda 3 sigue reflexionando con firmeza sobre su figura central. Y es que si el panda rechoncho rompe moldes como improbable héroe del kung fu para enarbolar la bandera del be yourself, sus aventuras han ido siempre un paso más allá, aprovechando la coyuntura para abordar la metafísica del héroe con pasmosa sencillez. Con la recuperación de un personaje clave de la primera entrega, Kung Fu Panda 3 amplía su alcance como narración de género y como narración que se pregunta constantemente sobre sí misma. Y lo que es más, a menudo, a través del gag: la escena en la sala de las reliquias da una patada en el culo a la sacralización de mitos y leyendas, que, como nos recuerdan los pandas, no están si no más que para ser vestidos una y otra vez.
Aunque Kung Fu Panda 3 no alcanza la redonda precisión de su segunda entrega, y coquetea más de lo deseable con la peor cara de Dreamworks (la de la saga Shrek), es otra disfrutable entrega de una saga que no hace más que avanzar trepidantemente hacia nuevas y excitantes aventuras, ofreciendo siempre suficientes alicientes para permanecer expectantes al siguiente capítulo. Larga vida al panda.
Lo mejor: sus escenas de acción y los pasajes animados que combinan CGI y 2D.
Lo peor: esa inercia que la hace retroceder un poco a cada paso adelante.