Críticas
4,0
Muy buena
La sombra del actor

¿Realidad o ficción?

por Israel Paredes

Ya con The Bay (2012) Barry Levinson sorprendió con un giro estilístico en su obra que, de una manera u otra, se podía percibir en su televisiva No conoces a Jack (2010), sobre todo si se compara esta con las dos anteriores películas de Levinson, El hombre del año (2008) y Algo pasa en Hollywood (2006), bastante nefastas. Levinson contó durante los ochenta con cierta posición dentro de la industria coronada con el Oscar en 1988 con Rain Man. Pero, después de la estupenda Avalon (1990), su carrera se fue introduciendo en derroteros muy cuestionables a tenor de los resultados. Por eso sorprende el arrojo de La sombra del actor, adaptación de la novela La humillación de Philip Roth, tan libre como cercana al texto literario, con un Al Pacino en el papel de Simon tan desmedido y excelente como casi siempre, realizando un papel que en su ironía acaba siendo tan (auto)paródico como hiriente.

Roth planteaba su breve novela desde la idea de la tragedia con tres actos en la que predominaba el drama sobre la comedia si bien esta aparece en forma de fina ironía recorriendo el texto, en sus márgenes, bajo la acción. Levinson, en cambio, y los guionistas, optan por una tragicomedia casi bufonesca en la que uno no llega nunca a sentir lástima o pena por un actor en decadencia que ha perdido su lugar como profesional y casi como persona (la composición física del personaje por parte de Al Pacino es soberbia), intentando revivir en los brazos de una mujer más joven (Greta Gerwig). Ella, quien desde joven ha estado fascinada por él, abandona su lesbianismo militante para emprender una relación que poco a poco va enturbiándose.

La virtud de La sombre de un actor reside, entre otras cosas, en la capacidad de Levinson de ahogar el drama, de presentarlo en su crudeza pero sin caer en el exceso, en mostrar con ello lo absurdo de la condición humana. Se ríe, aunque con seriedad, del personaje, y con él de todos nosotros. Pero lo hace con distancia, con un trabajo visual en el que realidad y alucinación acaban fundiéndose creando un conjunto extraño, de montaje abrupto. El mundo de Simon se desmorona a su alrededor mientras él lo observa casi desde la demencia de un hombre que, perdida su posición, convertido de repente en el hazmerreír de la profesión, observa su pasado como algo que de repente parece no tener validez. Tan patético como sublime, Simon resiste y sigue hacia delante, eso sí, en dirección a un trágico final que, en su exceso, le sitúa de nuevo en lo más alto. Pero no está exento de ridículo, porque Simon ha acabado confundiendo realidad con ficción, viviendo (o creyéndose) un héroe trágico, cuando en realidad no es más un actor. Levinson retrata muy bien a ese hombre que observa el mundo como un enorme teatro en el que él es el gran actor de la función, lástima cuando descubre que no es así.

La sombra del actor guarda ciertas relaciones, tan solo discursivas o argumentales, para nada estilísticas o estéticas, con Birdman, dos sendas visiones de actores que interpretan dos papeles a la vez que miran directamente a sus propias carreras. En el caso de Al Pacino, resulta todavía más impactante, porque corporalmente vemos a un actor que no sabemos si interpreta o realmente pasea por la pantalla su decadencia. En cualquier caso, lo hace de manera sobresaliente, ayudando a Levinson en su trabajo en La sombra de un actor, una película que desnuda su puesta en escena tanto como a sus actores y a la historia, arrojándose al vacío. El trabajo de un cineasta y un actor que se exponen abiertamente, sin miedo. Y el resultado es francamente bueno.

Lo mejor: La pareja formada por Al Pacino y Gerwig, que de tan imposible, funciona a la perfección, y el trabajo de Levinson.

Lo peor: Algunas reiteraciones de ideas que impiden que la narración fluya mejor y dé como resultado un metraje quizá algo excesivo.