Bajo la máscara de la comedia
por Quim CasasParece una ficción dislocada, muy propia del director de Road Trip y Resacón en Las Vegas, con un personaje explícitamente ideado para Jonah Hill. Pero no. La última película de Todd Phillips se basa en un caso real, el de dos jóvenes estadounidenses, absolutamente inexpertos en el negocio del tráfico de armamento, que lograron que el Pentágono les diera trescientos millones de dólares para armar a las tropas norteamericanas en Afganistán. Si lo consiguieron no fue tan solo por su pericia, más bien relativa, sino por los fallos y veleidades de un sistema que permitió que Efraim Diveroli y David Packouz, Jonah Hill y Miles Teller respectivamente, pudieran pujar en Internet, comprar armamento, viajar a Afganistán, vender armas (a veces caducadas) y convertirse en pocos años en traficantes de postín. Solo un artículo publicado en “Rolling Stone” pudo acabar con su imperio, pero eso ya corresponde al desenlace del filme.
Juego de armas –en su original War Dogs, título casi idéntico al de una buena película de John Irvin sobre intereses multinacionales en una dictadura africana, The Dogs of War (Los perros de la guerra)– es menos expansiva que el resto de películas de Phillips, más comedida también por parte de Hill, otro comediante obsesionado en realizar interpretaciones más complejas donde pueda dar rienda suelta a su talento dramático sin abandonar el tono cómico por el que es reconocido. Como el citado filme de John Irvin y El señor de la guerra de Andrew Niccol, su tema es el de los intereses económicos que todo conflicto bélico suscita, o dicho en otras palabras, enriquecerse a costa de la guerra.
La falta de escrúpulos no es el eje central; en todo caso, se concentra en unas pocas escenas en las que Packouz se enfrenta con su esposa (Ana de Armas: el apellido de la actriz, muy ajustada en su papel, y el título español son pura casualidad) cuando ya no puede disimular más lo que está haciendo en realidad. El tema de la amistad traicionada y, sobre todo, la corrupción de un sistema que permite casos tan alucinantes como los protagonizados por Packouz y Diveroli –el episodio con la munición caducada y el engaño al empaquetarla de nuevo se lleva la palma– son los que le interesan realmente a Phillips.
Juego de armas no es una estricta comedia sobre el trafico de armas, aunque tenga varias secuencias resueltas según los códigos de la actual comedia estadounidense. Por el contrario, es un relato bastante contundente sobre las fisuras gigantescas del sistema (que ya de por si dan risa sin necesidad de ningún gag), el negocio consentido de las armas, la estructura política y económica que permite que dos auténticos advenedizos se conviertan en lucrativos exportadores de armamento al mejor postor y, por extensión, un filme sobre el miedo que no cesa en torno a la posesión indiscriminada de armas en un país donde quien más quien menos tiene gusto por el gatillo fácil. No es poco detrás de la falsa apariencia de “una nueva comedia del director de Resacón en Las Vegas” o “la última risotada de Jonah Hill”.
A favor: su planteamiento como comedia al servicio de una crítica con fundamento.
En contra: que se vea o se venda solo como una comedia de Todd Phillips y Jonah Hill.