El azul pitufo es un color poco cálido en CGI
por Daniel de PartearroyoAunque la orientación infantil-juvenil de los pitufos es un rasgo presente desde su nacimiento en 1958 en las aventuras de fantasía medieval 'Johan y Pirluit', entre las páginas del clásico semanario franco-belga 'Spirou', todo lector de la obra de Peyo puede darse cuenta de que media un abismo entre el espíritu desenfadado pero no exento de complejidad de aquellos cómics protagonizados por las criaturas azules (particularmente los publicados hasta la muerte de su autor en 1992) y sus otras manifestaciones dentro de la cultura popular. Es posible datar el comienzo de esa infantilización masiva en 1981, cuando la productora estadounidense de William Hanna y Joseph Barbera estrenó su adaptación en forma de serie de animación y capítulos especiales. El éxito hizo que dicha versión se diseminara, repitiera y exportara masivamente, cristalizando como la encarnación prototípica de los pitufos.
Así llegamos a la actual franquicia basada en la combinación de acción real y animación CGI y completamente orientada a un público infantil. Los planes de Sony Pictures Animation para convertirla en trilogía van viento en popa y la segunda parte viene impulsada por los sensacionales resultados económicos de la primera película, estrenada en 2011. Amoldándose a la rutina esperable en una secuela, 'Los pitufos 2' repite todos los elementos estructurales y argumentales que puede de la anterior entrega: una vez más, los pitufos abandonan su mundo de fantasía para interactuar con el nuestro (esta vez en París, en vez de Nueva York), Neil Patrick Harris y Jayma Mays son la encantadora pareja humana que les ayuda, mientras Hank Azaria da rienda suelta a todo su histrionismo (que, en el caso de este veterano doblador de animación, es mucho) como el malvado mago Gargamel, siempre detrás de los pequeños seres azules para extraerles su esencia. El afán de continuismo es absoluto. Así pues, se repiten aciertos, pero también fallos, como la absoluta desidia guionística de reducir el protagonismo a un escaso puñado de pitufos (Papá Pitufo, Pitufina, Torpe, Gruñón y Vanidoso) o el tejido de una trama que, asumiendo un déficit de atención en los espectadores infantiles intensificado por el uso efectista de las 3D en la propia película, sólo da vueltas por un par de subrayadas líneas maestras hasta llegar a un clímax final prácticamente fotocopiado de su predecesora.
¿Qué nos queda, por lo tanto, aparte de ver a Brendan Gleeson humillado en una de las subtramas más artificiales y notoriamente instrumentales (todo en pos de una moraleja bien lacrada) del cine reciente? Quizás escenas de acción sin rumbo pero con abundantes estímulos visuales para los más pequeños, un compromiso intachable hacia las réplicas y gags verbales (otra cosa es que resulten efectivos) y un cierto descenso en el festival de product-placement obsceno que no impide dotar de descarado protagonismo a una tableta Sony, admirada por todos los personajes del filme. En resumen, un entretenimiento familiar corporativizado muy lejos de lo memorable que debe verse sólo como un complemento, un eslabón más dentro de la ingente galaxia de merchandising y productos reminiscentes del mundo pitufo. Pero tampoco pensamos que la intención del director Raja Gosnell (quien en sus similares películas de 'Scooby-Doo' sí fue medio paso más allá, apoyado en los guiones de James Gunn) fuera una distinta.
A favor: Quién lo diría, pero no es difícil acostumbrase a oír a Katy Perry poniéndole voz a Pitufina (en versión original).
En contra: El siniestro valle inquietante que provocan los ojos hiperrealistas de esta manifestación de los pitufos y, otra cara de la misma moneda, la animación elástica del rostro de Azrael, interpretado por un gato real.