Críticas
3,5
Buena
El jugador

El ludópata autodestructivo

por Israel Paredes

El jugador (The Gambler, 1974), supuso la primera película del británico Karel Reisz en Estados Unidos. A partir de un guion de James Toback, que en un primer momento debía ser un documental sobre el mundo del juego y que fueron perfilando hasta convertirlo en una historia de ficción, con Nueva York como paisaje/personaje y dicho mundo como una realidad oculta y paralela, Reisz realizó una magnífica película encuadrada de manera perfecta en el “nuevo Hollywood” del momento, con un soberbio James Caan, y que hablaba de aquella época mediante la historia de un hombre con un vicio, el juego, y un sentido suicida de la existencia. Un relato heroico (en palabras de Reisz) aunque desde el mal. El retrato de una obsesión que anticipa, estética y atmosféricamente, elementos de la cercana Taxi Driver.

Treinta años después, otro británico, Rupert Wyatt, a partir del guion de William Monahan, tan fiel como libre con respecto al libreto original, entrega El jugador, con Mark Wahlberg en el papel del profesor de literatura adicto al juego y que vive diez días al límite al tener que pagar una enorme deuda a la mafia y a prestamistas. En el itinerario conocerá a una joven (Brie Larson) que supondrá un contrapunto a su movimiento suicida.

Al final de la película de la película de Reisz, el personaje interpretado por Caan lucía ante el espejo una enorme cicatriz que recorre su rostro, sangrando. Su mirada es de cierta satisfacción. El itinerario que ha recorrido hasta ahí está basado en una autodestrucción suicida que, aunque centrada en él como individuo, poseía un halo generalizador hacia una sociedad, la norteamericana, y un momento, el país en los setenta, con heridas abiertas, desconcertado, paranoico y con ciertos toques esquizoides que Reisz retrató en su película con tanta distancia formal como acercamiento sincero y observador.

En la nueva versión hay cambios notables que hacen de la película de Wyatt muy inferior al original pero, sin embargo, en la comparación se encuentra gran parte del interés de la película. Por ejemplo, al final de El jugador (2014), Wyatt/Monahan, permiten al personaje no solo redimirse, sino también salir hacia delante como demuestra la secuencia de cierre mientras suena M83: todavía puede dejar todo atrás, encontrar nuevos caminos para su vida. ¿Qué ha cambiado treinta años después para que ahora sí pueda conseguir una salida airosa a su situación? Evidentemente, muchas cosas, pero sobre todo, en este caso, vemos un cierto cinismo, casi jovial, ausente en la obra de Reisz. No hay distancia, ni esa duplicidad de punto de vista, el del personaje y el que observa al personaje, sino que ahora todo viene dado por la mirada de un hombre que a pesar de tenerlo en apariencia todo no consigue estar satisfecho con nada. Aunque logra el dinero para pagar la deuda no duda en apostarlo todo para perderlo. Vive al límite moviéndose entre lo suicida y casi lo homicida.

En El jugador (2014) la ciudad se desdibuja y apenas es un simple decorado; la música asume un lugar predominante no solo como compañera de la acción, sino que cada canción es definitoria y contextual, sus letras dan pistas sobre el personaje y la trama; el submundo de las apuestas no es mostrado como una realidad paralela y oculta, o si lo es no resulta más que un mero contexto necesario para la acción sin ser reflejo de algo más profundo desde un punto de vista social; no se toma demasiado en serio y el personaje de Wahlberg es por momentos una cierta caricatura. Y todo esto que, en principio, resulta un lastre para la película acaba conformado una visión muy acorde con un personaje chulesco y desafiante que, quizá sin proponérselo, acaba siendo un reflejo bastante interesante de nuestra realidad. Es posible que Wyatt y Manohan se hayan centrado demasiado en él y en crear una película impactante en lo visual y en lo sonoro y se han olvidado, no como Reisz, en darle sentido a los márgenes que rodean al personaje y que deberían ser igual de importantes.

Pero esta nueva versión acaba siendo, quizá de forma involuntaria, un buen reflejo de nuestro momento con esa mezcla de cinismo y de nihilismo que emanan del personaje. El problema reside en que la película está envuelta con un humor que pretende ser negro pero acaba siendo demasiado ambiguo. En esto, también, El jugador se perfila, en su construcción cinematográfica, como un buen reflejo de gran parte del cine actual, más atento al impacto visual y sonoro. Mientras Reisz arriesgaba en el plano formal y argumental, Wyatt y Monahan se contentan con jugar con un excelente e interesante material para ir despojando el sentido de thriller del original para entregar una película que se mueve entre géneros sin estar cómoda en ninguno de ellos, perdiendo el centro y obviando que, aquello que acontece alrededor de este, debería tener también importancia.

Lo mejor: El sentido enloquecido del personaje de Wahlberg encuentra su perfecta correlación en una puesta en escena igualmente enloquecida. Y que sirve para recuperar la película de Reisz.

Lo peor: Que intenta impactar en cada secuencia, en cada plano, con cada canción, con cada gesto. Y acaba agotando a este respecto a pesar de tener excelentes momentos.