Hasta las guerras del infinito y más allá
por Alejandro G.CalvoEra difícil que Vengadores: La era de Ultrón decepcionara. Por muchas razones: porque la construcción del universo cinemático Marvel tiene enganchados a los fans con una fidelidad exacerbada, similar a la de todos aquellos que viven pegados a las series de TV, llámese Juego de Tronos, The Walking Dead o, claro, Marvel: Agents of S.H.I.E.L.D.; porque Marvel está en una espiral, especialmente en esta segunda fase que finalizará con Ant-Man el próximo agosto, de producción de títulos donde la espectacularidad no sólo no está reñida con la calidad, sino que apela continuamente tanto a la sensibilidad como a la inteligencia y al sentido del humor del espectador medio –ya no sólo a los marvelitas o a los adictos al cine superheroico-; porque su deuda con el cómic de base cada vez está mejor resuelta y resulta tremendamente entrañable/estimulante (algo de lo que sí adolecían los primeros títulos de la franquicia), en el caso que nos ocupa es inevitable recordar tanto al Ultrón (¡y a La Visión!) de Roy Thomas y Sal Buscema como al desorbitante sentido del espectáculo de los Ultimates de Mark Millar y Bryan Hitch; y, bueno, no nos engañemos, porque detrás de todo este asunto, tenemos tras las cámaras a un señor como Joss Whedon, un cineasta que habla al espectador de fan a fan, alguien que conoce a la perfección tanto los entresijos del papel –recordemos que escribió una maravillosa saga para los Astonishing X-Men de la mano de John Cassaday- como de la cultura popular –él mismo es creador de todo tipo de artefactos (televisión, cine) de culto: Buffy cazavampiros, Firefly… hasta el guión de Toy Story cuenta con su firma- y que, como demostró en otro contexto en la maravillosa La cabaña en el bosque, es capaz de tergiversar las normas conocidas del género para crear un producto que, sin dejar de jugar con todo tipo de guiños y referencias cruzadas, siga resultando sorprendente y novedoso pese al abuso de títulos de temática superheorica que, cada vez con más frecuencia (y mientras la taquilla siga dando buenas cifras, no tiene pinta de parar) acaban aterrizando en nuestra gran pantalla.
Era difícil, repito, pero no imposible. Whedon se enfrentaba al desafío de ofrecer algo más grande (y mejor), ya no que Los Vengadores, sino que cualquier otra película realizada por Marvel hasta la fecha –y eso, claro, incluye a ese magnífico chute pop que fue Guardianes de la galaxia-. Más personajes en rol de protagonista –de hecho, no hay un personaje que vehicule la trama, sino que siempre nos movemos en grupo, con un balance protagónico entre los distintos miembros del equipo que, por complejo, es realmente encomiable que se consiga (incluso en los cómics, donde hay más espacio para desarrollar tramas)-, un mayor número de escenarios con sus correspondientes escenas de acción: aquí quedarán para el recuerdo la pelea a puñetazos (y más) entre Hulk e Iron Man (rivalizará a final de año como mejor pelea del 2015 junto a la de Dominic Toretto y Deckard Shaw en Fast & Furious 7) y, en definitiva, una mayor intensidad dramática repleta de escenas de acción de lo más estilizado –dentro de los parámetros del género- y un variado germen de conflictos que sirven como semillas para el futuro más o menos inmediato (todos los personajes encuentran, en un momento u otro, una razón para seguir evolucionando en secuelas nada hipotéticas). Normal que Vengadores: La era de Ultrón arranque con un primer plano secuencia que rivalice en potencia, espectacularidad y funambulismo con el ibídem de la batalla de Nueva York del primer film donde se seguía a todos los superhéroes sin que (en apariencia) hubiera ningún corte en el plano. Es como si Whedon estuviera diciendo que lo mejor de la película anterior aquí ya lo tienes en los primeros cinco minutos, así que agárrate fuerte para lo que viene a continuación. Se cambia el algoritmo, ya no va de menos a más –la principal tara de la primera película-, sino de más a mejor.
La fórmula sigue viva: de la épica de la gesta prototípica de la action movie se pasa a la tragedia íntima sin desdeñar nunca su puntito de comedia mediante todo tipo de punch-lines –hasta Ultrón tiene cierta sorna; aunque lo más divertido gire siempre alrededor del martillo de Thor- e, incluso, algún que otro devaneo romántico, no por esperado menos apetitoso. Así que es normal que resulte sorprendente que todo fluya con tanta naturalidad, buena prueba de lo bien engrasadas que están todas las tuercas high tech de este blockbuster bigger than real life, cuyos picos –ojo a la Bruja Escarlata (y a la puesta en escena que Whedon le brinda)- compensan sobradamente algún que otro gesto más extraño –no parece que el baño místico de Thor tenga otro fin que el que Chris Hemsworth luzca pectorales (a no ser que lo expliquen en Thor: Ragnarok, cuyo estreno está previsto en 2017)-. Que el uso de múltiples recursos –personajes, secuencias de acción (aquí son más breves, más rápidas y de mayor número que en el film anterior), arcos dramáticos, guiños a la grada- no acabe por funcionar por acumulación sino por concatenación es puro genio narrativo. El cine de entretenimiento entendido de la mejor forma, siguiendo la tradición impuesta por Star Wars, Misión: Imposible, los James Bond de Daniel Craig y los Star Trek de J.J. Abrams. Whedon no nos está invitando a ver una película (que también), sino a una fiesta en toda regla. Y a nosotros sólo nos queda disfrutarlo una y mil veces más.
A favor: La familia crece.
En contra: Que todo el material promocional mostrado hasta la fecha le reste impacto al producto final (lo habitual en estas lides).