Críticas
3,5
Buena
El último Elvis

Cómo ser el rey del rock

por Mario Santiago

En la última década, cineastas de diferentes continentes se han interesado por la singular existencia de los "imitadores de famosos", criaturas sumergidas en un simulacro permanente, en una voluntaria confusión de identidades. En 'Mister Lonely', Harmony Korine retrató a un imitador de Michael Jackson (Diego Luna) perdido en un abismo de melancolía, mientras que en 'Tony Manero', del chileno Pablo Larraín, el imitador del protagonista de 'Fiebre del sábado noche' se convertía en un asesino a sueldo. El protagonista de 'El último Elvis' comparte con los personajes mencionados un halo decadente: todos ellos son portavoces de la oscuridad que aguarda detrás de la ilusión. Sin embargo, a diferencia del paternalismo de Korine y el desprecio de Larraín, el argentino Armando Bo (nieto del mítico director del mismo nombre) consigue en 'El último Elvis' acercarse a su inescrutable protagonista con una voluntad de comprensión. Por más que el excéntrico protagonista de la función suelte frases como "yo nunca dejé de estar de moda, yo inventé el rock" o "Dios me dio su voz, yo sólo tuve que aceptarlo", Bo establece con él una frágil complicidad, lo que permite al espectador no juzgar al personaje de forma tajante.

Lo cierto es que observar a este imitador de Elvis supone un extraño deleite. Orondo y animalístico, el protagonista es una especie de monstruo impenetrable: un operario de fábrica

que vive las 24 horas del día metido en la piel del "rey del rock". Sus palabras y su gestualidad lucen como un souvenir desvaído del mítico músico; sin embargo, cuando llega la hora de la verdad y toca actuar, este pseudo-Elvis —interpretado por John McInerny, un auténtico y genial imitador de Presley— da el do de pecho. Y es ahí, sobre el escenario, donde la película alcanza su cenit expresivo. Fascinada por la convicción y entrega que pone Elvis/McInerny en cada uno de sus ademanes y rugidos, 'El último Elvis' se emparenta por arte de magia con esa fascinante tradición de películas interesadas por el compromiso (casi suicida) que entablan unos pocos elegidos con la escena, con el espectáculo. Un historia en la que se engloban películas como 'French Cancan' de Jean Renoir, 'The Killing of a Chinese Bookie' de John Cassavetes, 'All That Jazz' de Bob Fosse o la reciente 'Tournée' de Mathieu Amalric.

Atormentado por un enigmático tumulto interior, nuestro Elvis pasea por el mundo su imposible cruzada personal: convertirse definitivamente en su ídolo, disolverse en el mito. Una aspiración tocada por el fatalismo que conducirá inevitablemente al protagonista hacia los laberintos de la locura. En ese camino, el personaje tendrá la oportunidad de demostrar al espectador que, más allá de su alienación, posee un corazón de oro, una revelación que se produce a lo largo de una subtrama familiar un tanto accesoria, innecesaria. En todo caso, dicho giro argumental responde claramente a la voluntad de llegar a comprender las motivaciones del protagonista. Un esfuerzo que ennoblece a Bo y a su coguionista Nicolás Giacobone, que se sacan así la espina de haber firmado el tremendista guión de ‘Biutiful’ de Alejandro González Iñárritu. Con 'El último Elvis', su ópera prima como director, Bo se presenta como un director al que seguir la pista. Habrá que ver si es capaz de encontrar y acompañar a otras criaturas tan fascinantes como este último Elvis.

A favor: La convicción con la que John McInerny encarna al antihéroe de esta historia.

En contra: Algunas caídas en un cierto feísmo.