Críticas
3,5
Buena
Mi vida ahora

Mañana en la batalla piensa en mí

por Daniel de Partearroyo

En el turbulento ecosistema de las películas dirigidas al público juvenil de la era post-Harry Potter y post-Crepúsculo son las distopías bélicas ambientadas en sociedades totalitarias las que llevan la voz cantante. El diagnóstico que se puede sacar del éxito de filmes de aventura sci-fi blanda, rebelión política y romance lánguido como Los juegos del hambre y Divergente sobre la percepción que tiene el público joven de su propio futuro en un planeta y orden social que se van al garete debería ser digno de los análisis más pesimistas. Mientras estos llegan, podemos ir encuadrando en la misma estela Mi vida ahora, tanto su adaptación fílmica como el original literario de Meg Rosoff, contemporáneo y cercano en algunos aspectos temáticos a las sagas correspondientes de Suzanne Collins y Veronica Roth.

Sin embargo, igual que Rosoff se desentendía del futuro para pegar su relato a la inmediatez de una Tercera Guerra Mundial en la campiña británica de pasado mañana, el cineasta escocés Kevin Macdonald se mantiene fiel al estilo seco, tenso y directo que ha cultivado durante su filmografía como documentalista —One Day in September (1999), Touching the Void (2003)— y narrador de ficción —El último rey de Escocia (2006), La sombra del poder (2009)— haciendo que Mi vida ahora sobresalga en crueldad y madurez por encima de esos otros ejemplos más fáciles de empaquetar y acompañar con palomitas en los multicines.

Desquitándose del fiasco de su anterior incursión en la romantiaventura de jóvenes adultos La huésped (Andrew Niccol, 2013), Saoirse Ronan asume el papel más complejo de su corta y ya impresionante carrera como Daisy, la neurótica, caprichosa y dañada neoyorquina que llega a regañadientes a la casa de campo de sus primos británicos para pasar allí el verano por imperativo paterno. Entonces, estalla una bomba nuclear en Londres; comienza la guerra. Se instaura la ley marcial y el romance iniciático que Daisy sólo acababa de comenzar con su primo Isaac, sin que personajes ni director hicieran sonar las alarmas del incesto, queda sesgado por el caos y las milicias.

Protagonista fuerte y rebelde, amor prohibido encrespado por las circunstancias, un mundo adulto hostil que impone su voluntad sobre los jóvenes. Todos los elementos del género están ahí, pero Macdonald elige la vía de la subversión al disponerlos sobre el relato. A pesar de que la sensación de peligro constante sea mucho más palpable e inquietante que en cualquier momento de Los juegos del hambre gracias al dominio del cineasta en la creación de atmósferas, aquí no hay lugar para heroicidades románticas ni tomas de conciencia fortalecedoras. Daisy decide huir del campo de trabajo en el que ha sido recluida con su prima, pero la odisea de ambas de vuelta a la casa de campo familiar tiene muy poco de aventura legendaria y mucho del avance desesperado entre el horror de La carretera (John Hillcoat, 2009).

La crudeza de Macdonald, que no se corta a la hora de enseñar montañas de cadáveres o distribuir momentos muy puntuales pero terribles de violencia, colabora con la inquietante banda sonora de Jon Hopkins (Monsters) dando textura al desasosiego. Pero el director no se pliega al mensaje pesimista que, no obstante, se filtra en el devastador tramo final que conduce a un falso 'happy end' más esperable que irremediable. Hasta entonces, salpica los tramos narrativos con atmosféricos y breves planos detalle de la frondosa naturaleza, de la luz entre las hojas de los árboles o del viento de la montaña enredándose en los cabellos de Ronan. Así es como vive ella ahora, en un mundo que quizás es sólo un poco más hostil que antes.

A favor: La matizada interpretación de Saoirse Ronan.

En contra: Los aspectos más fantásticos, como la habilidad de Isaac de comunicarse con los animales o las visiones oníricas de Daisy.