Críticas
2,0
Pasable
Cincuenta sombras de Grey

50 siestas

por Paula Arantzazu Ruiz

Cuando nada más arrancar 50 sombras de Grey Anastasia Steele llega al edificio Greyhouse por primera vez para entrevistar a Christian Grey, levanta la cabeza y mira cómo ante sí se levanta esa enorme torre emblema del imperio Grey y nada disimulado falo simbólico, tieso y frío atributo del guaperas multimillonario . A pesar de lo ridículo y manido de esa imagen de contenido sexual, la ironía que encierra ese plano aventura un acercamiento a la novela de EL James más verosímil, divertido y trash de lo que la propia historia del libro explica. Por desgracia no es así, aunque por fortuna en la adaptación de Sam Taylor-Johnson hay dónde escudriñar.

La ironía de los primeros tramos del largometraje es probablemente una de las mejores bazas de esta cinta que de película erótica tiene más bien poco (cuatro azotillos y cuatro planos de desnudos y culos tanto femeninos como masculinos) después de que fueran eliminadas las escenas más explícitas del texto original. Efectivamente, la tan cacareada escena del tampón pero también la del desvirgamiento oral de la protagonista en la bañera y, para esta crítica, es una lástima que la poda se haya cebado con los pasajes que podrían haber calentado y otorgado algo de empaque a la cinta. Y es que en su salto al cine, 50 sombras de Grey ha sufrido un proceso de lavado de cara, de higienización para hacerla más accesible, que ha afectado de manera considerable a todo aquello relacionado con el sexo en general y los polvos entre la pareja protagonista están filmados y montados con menos gracia que un videoclip de Miley Cirus. Si en la novela las prácticas BDSM eran un mero gancho, aquí son una quimera.

Por otra parte, es de agradecer que Taylor-Johnson haya optado por eliminar en la película el punto de vista subjetivo del relato original, con lo que todas las tonterías que se decía a sí misma Anastasia Steele en la novela -como la reiterativa y molesta “la diosa que hay en mí”- o la constante subyugación del personaje a la mirada masculina han desaparecido y han sido transformados en una simpática actitud jocosa de su actriz protagonista, una Dakota Johnson más que a la altura de su personaje y aún más que su partenaire, un Jamie Dornan que, pese a clavar físicamente lo que uno puede esperar de Christian Grey, no da la talla y acaba en pantalla como un títere sin personalidad. ¿O será que en última instancia Dornan interpreta al señor Grey como en realidad es, como un hombre sin atributos y proyección de las húmedas fantasías de quienes aún creen en el arquetipo vacío del príncipe azul?

Esa es al menos la deriva que toma el personaje, indeciso entre legitimar sus preferencias sexuales o dejarse llevar por el romance al que aspira Steele, y en sentido la película no se separa ni un milímetro de lo que propone el libro de James. Resulta frustrante, así, que el desarrollo como personaje de Steele, que no es tan superficial como en la novela ni habría, por tanto, que minusvalorarlo, busque siempre esa normatividad sexual y que toda la curiosidad que despliega en los asuntos del placer se justifiquen porque sólo pretende cazar románticamente a ese millonario traumatizado por su pasado. No hay mucha vuelta de hoja: las motivaciones de los protagonistas venían de serie y, de hecho, son las que lastran hasta el bostezo el tramo final de la película, convertido en un tira y afloja melodramático tan pueril como estéril.  

Para una película que como proyecto recoge muchas de las tendencias de las estructuras del audiovisual contemporáneo (desde la fan-fiction a la saga literaria que salta al cine, la convergencia de medios o lo brutal del fenómeno en la cultura popular), cabe reconocer que el resultado de esta primera parte de la franquicia no logra colmar tanta expectativa. Quizá habría que leer y ver 50 sombras de Grey como síntoma. Es decir: con demasiado ruido y muy pocas nueces.

A favor: El pulido del personaje de Anastasia Steele. Entre Sam Taylor-Johnson y Dakota Johnson han conseguido que la protagonista ya no sea una oligofrénica.

En contra: La falta de sudor y pelo.